jueves, 29 de enero de 2009

6.-



6.- Con Agustín Rebollo ya dentro del despacho, y antes de que pudiéramos levantarnos para darle la bienvenida, se coló en la estancia Amos Palafrén, que en un santiamén estaba sentado en uno de los sillones, liando tabaco y pidiendo lumbre, con una pierna encabalgada encima del reposabrazos.
-No creerás ni por un momento que ese hombre se ha suicidado, ¿verdad?
-¿Tú qué crees? –le repuso Buenaventura.
-La garganta, los ojos, las marcas en los sobacos…Tiene forzadas las articulaciones de las rodillas y los codos. Yo diría que lo trasladaron hecho un paquete en el maletero de un coche, y claro, al bajarlo aquello estaría empajado, como si lo hubieran disecado, por lo que no cabría más remedio que estirarle a la fuerza las piernas y los brazos. No me cabe la menor duda de que cuando lo colgaron del árbol, ese cabrón estaba más muerto que vivo. Ya se lo he dicho al sargento, pero me dice que me meta en mi librería y deje de leer las novelas que vendo, que nublan el seso. Sabrá el zopenco de libros, ni de cuándo uno está vivo o muerto.
-Bueno Amós, tendremos que esperar a la autopsia, que a buen seguro será reveladora.
-¿A la autopsia?, pues como no te des prisa me parece que vas a tener que diseccionar el mármol de la lápida, porque creo que lo entierran esta tarde. Dicen que ya se cumplen las veinticuatro horas, y el tío empieza a oler que apesta, aunque la verdad es que en vida no gastaba mejor aroma. Advierten los vecinos que al salón de Lupe hay que entrar embozado.
-Estamos rodeados de retrasados y tontos del culo. Vamos Mario.
Con la fina ironía del librero retumbando entre las paredes del despacho vacío, salimos todos de la casa y nos dirigimos con prisa a la casa de Lupe, espantando el olor a incienso que subía calle arriba y el sonido lejano del viático que Don Tomas administraba al alma en pecado de Don Lucas Huete.

1 comentario:

Marisa Peña dijo...

Hoy me he sentido de lleno en una novela policiaca, a lo Eduardo Mendoza ... El diálogo s muy bueno y me gusta el toque realista de los coloquialismos. Sigamos pepe, que Cela bien lo merece