viernes, 24 de octubre de 2008

BIBLIOTECA QUEMADA: VIAJE A ÍTACA


Biblioteca quemada. KONSTANTINO KAVAFIS. El momento.
Todos los veranos, de forma irremediable leo la poesía de Kavafis. Sus versos me han perseguido luego durante todo el año, y he entendido algunas cosas que me eran esquivas gracias al recuerdo de un verso de este poeta. Sobre todo comprender el momento, ese latido callado que se escapa al golpear en nuestra frente sin dejar rastro. Esculpido en la arena apenas resiste el embate de un segundo, una huella vertiginosa agotada en si misma sin destino ni finalidad. El momento encerrado en un dibujo difuminado, apenas trazado, así el recuerdo el Kavafis, el hallazgo de lo perecedero al volver la mirada en apresurada indagación ocasional que se queda en la retina durante el suspiro que provoca su huida. El exacto momento de la risa al acabarse y que provoca un vuelco de la mirada extrañada del ruido que provoca su inconsistencia.
El momento del amor, también esquivo. El poeta convoca el ansia de persistir en la fugacidad de lo real, el permanecer a pesar del paso del tiempo en el temblor que sigue al abrazo apasionado o la caricia o la sonrisa encarnada en el rostro de un recuerdo. Es obvio que tal pretensión solo pasa por el verso, por la poesía emanada del surtidor inmenso del amor, que aguanta indeleble a pesar del transcurso del tiempo. Y es obvio que lo consigue, pues no es otra la motivación del lector de Kavafis, y, supongo, la voluntad de su autor. La inmersión en la consciencia del momento abre la puerta que nos invita al abrazo con lo peredecero, lejos de las ansias de lo absoluto y la vivencia de la totalidad, pretensión platónica de acabar con lo real. Vértigo de lo cotidiano que ausculta el corazón de la vida, no pasa por grandes poéticas ni aparatos bibliográficos, sino que se engancha en las vicisitudes diarias, pero apreciadas al trasluz de la pérdida de la tara que provoca nuestra condición pequeña y maleable.
Y así, el autor nos lanza sus quejas sobre la pérdida del paganismo y la llegada de un monoteísmo avasallador que irrumpe en el panteón ancestral de los dioses que se mezclaban con los mortales. Y los expulsa para siempre, dejando su culto abandonado e imponiendo una férrea cadena que despoja a los hombres de humana ingenuidad. Surge la culpa ante la vida, el reproche del goce, la prohibición. Una religión al margen de la vida, de los bosques, del manantial imprevisto que encontramos en un distraído paseo. Pérdida irrecuperable del apego a la vida, de la voluntad de vivir solo atenta al retorno eterno de lo mismo que es, no nos engañemos, nuestra vida.
Versos lanzados desde la experiencia, momento verdadero. La catadura de lo vivido convertido en poema, sin más pretensión que ser recuerdo, reiteración de la vivencia que siempre va dejando detrás un halo solo intuido, sospechado, presente pero inaprensible. Lectura irremplazable para mí supone la convicción de que los momentos recordados agotan la existencia, recreada, siempre viva. El viaje, Itaca, su mejor poema y el más conocido:
Si vas a emprender el viaje hacia Itaca
Pide que tu camino sea largo,
Rico en experiencias, en conocimiento…
Pide que tu camino sea largo
Que numerosas sean las mañanas de verano
En que con placer, felizmente,
Arribes a bahías nunca vistas
Detente en los emporios de fenicia
Y adquiere hermosas mercancías,
Madreperla y coral, ambar y ébano
Perfumes deliciosos y diversos
Cuando puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes,
Visita muchas ciudades de Egipto
Y con avidez aprende de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
Y en tu vejez arribes a la isla
Con cuanto hayas ganado en el camino,
Sin esperar que Itaca te enriquezca.
Itaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no se hubiera emprendido
Mas ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañará Itaca
Rico en saber y en vida, como has vuelto
Comprendes ya qué significan las Itacas.
Viaje como excusa, metáfora de una vida sin pronósticos ni mapas, sin planes de lo absoluto, sin personalidades que hay que desarrollar según un supuesto plan que coincide con lo que es cada uno (es mentira lo de conócete a ti mismo, no hay nada que conocer, sino que hacer al albur del azar y la casualidad). Itaca como sueño sin más. La vida al final, una vejez en Itaca, ética pagana, una vida mejor por verdadera.
Lejos, en una calle de Alejandría estará Kavafis sentado tomando café a la vez que codicioso estimará por lo que vale el suave balanceo de un cuerpo. Anotará meticuloso la curiosa composición de un pañuelo vistoso, compondrá un pequeño poema en honor de una mirada joven y altiva. Verá perfiles dignos de ser acuñados en monedas de cobre, atisbará dioses sin culto, abandonados de todos, vacíos sus templos solo atravesados por una brisa templada, amable, pagana y eterna. Pronto vendrá otra vez el verano y, con él, Kavafis.
Salud.

jueves, 23 de octubre de 2008

El soplo.


"Afuera ensordece un silencio noctámbulo. Amusga los ojos para fijar la mirada a través de los ringleros descompuestos de la persiana enrollada a media altura, y sigue la estela lechosa y desvaída del vuelo de un avión que se pierde por detrás de la aureola de una luna redonda y llena. Se vuelve hacia adentro y mira sus pies desnudos, que se le escapan por las costuras pasadas de las punteras de los calcetines de lana. Sólo es capaz de dimensionar la vida cuando asume extrañado su condición humana, su naturaleza mortal, el abismo al que apunta un camino confundido con los ecos de una obsesión que a estas alturas ya lo martiriza. Hay una luz esquinera que da fondo al claror intermitente de la carta de ajuste. Se levanta a apagar el televisor y piensa: “Una vida no es suficiente, no me va a dar tiempo.” Y entonces le vuelve aquella comezón que sintió por primera vez siendo un niño. Desde la boca del estómago le subió un ardor que le calcinaba los adentros, un aliento amargo que le adormecía el paladar, y se le ató un nudo en la garganta que amagó con ahogarlo. Se arrodilló en una esquina de su cuarto y dio arcadas sin poder si quiera vomitar. En ese momento, nació en él un sentimiento hondo que lo acompañó el resto de su vida: la ira, que se le representó en su imaginación con la imagen fría y espeluznante de una bicha."
El soplo, en construcción

martes, 21 de octubre de 2008

53 días de invierno

Esta película, la bocanada de tristeza que tragué en uno de los silencios de Celso, mientras su hijo lo buscaba por los ajarafes renegridos de polución de un barrio del ensanche barcelonés, me hizo advertir que el sufrimiento consustancial a la vida sólo se combate desde la dependencia con los que tenemos cerca, desde la huida de la soledad devastadora, desde el amor profundo. Lo demás es desaliño y autodestrucción, y nadie merece esa purga.

A ti, que seguro que me oyes, que estás ahí, a mi lado, a ti te grito, no te hundas, lucha, joder, sé feliz, todo lo feliz que puedas. ¡Me oyes!, no tienes derecho a la destrucción, tú no.

Si los buenos no resistís, ¿quién queda?

domingo, 19 de octubre de 2008

Abu Simbel


Egipto es el lecho de un gran río rodeado del más severo de los desiertos, el Sahara. En contra de la lógica común, del sentido recto de las cosas, el Nilo se desplaza desde el sur al norte, desde el Alto al Bajo Egipto -que también cambian así las tornas usuales de la altura-, espoleado por las llamadas al rezo que vocean los imanes desde los cientos de minaretes que se elevan en la orilla este de su cauce. Los egipcios vieron en el levante la vida y allí dispusieron sus haciendas, sus palacios y sus templos –la ciudad de los vivos-. Por el contrario, el poniente simbolizaba la muerte, y por esa razón allí ubicaban sus tumbas y templos funerarios –la ciudad de los muertos-.

Cuando entro a Abu Simbel, ya ha amanecido y la luz de la mañana tiñe de azogue la cubierta del lago Nasser que, por el reflejo del cielo azul, no es más que el espejismo de un lejano e inmenso mar tallado en lapislázuli. Me bajo del autobús y noto con horror el hervidero en que se convierte el mercado de la entrada, con los nada ingenuos comerciantes dispuestos en la inexpugnable disposición de la almadraba. No hay escapatoria posible y me entrego obediente hasta que consigo pasar el rulo de la entrada.

Camino unos escasos metros y los veo. Me doy cuenta entonces de la poca importancia que tiene el haber dormido sólo dos horas, el haber recorrido escoltado trescientos kilómetros en un incómodo autobús, el tener que soportar el acoso y derribo de los comerciantes incisivos. Como escapados de la tierra, los cuatro colosos de Ramses II, sentados en su trono indultado de la inundación, me dan la bienvenida a un país que ahora sí que empiezo a comprender.

martes, 14 de octubre de 2008

EL CAIRO

El Cairo es una ciudad de contrastes extremos. Toda la belleza de la edad antigua escondida en un enorme muladar, como las amapolas de los estercoleros. Cruel, pero real como la vida. Aqui no hay terminos medios (perdon pero no puedo tildar las palabras con estos teclados arabes). O algo es tremendamente bello o es espantosamente horroroso, aunque una y otra cosa, siempre estan embadurnados de una costra de polvo. Tanto impresiono lo uno, como desagrada lo otro. Imagino que venir con la mente occidental a ver la cultura oriental, con la simple adaptacion de cuatro horas de avion, no es el mejor de los remedios, pero eso es lo que hay.

La piramide que teneis delante es la Keops, ya os describire la sensacion caustrofobica que se siente al estar en su interior, al que se accede por un angosto pasillo de subida y de bajada. Claro, estaba pensado para custodiar a los muertos, para impedir la entrada de los vivos.

Bueno, no se si podre encontrar algun hueco mas para contaros cosas. Si asi fuera aprovechare para seguir mandandoros cosas.
Un abrazo

sábado, 11 de octubre de 2008

EL RELLANO




La madre de Pedro dice que lo mejor de los viajes es prepararlos y, después, acordarse de ellos. Claro, la preparación puede alargarse en el tiempo, el recuerdo puede hacerse mustiamente indeleble, pero el viaje en sí dura sólo lo que dura.

Cuando, no hace demasiado tiempo, me despedían mis padres en el rellano de mi casa de Bailén, bajo la luz intermitente del chivato de la pared que advertía que llegaba el ascensor, los dos estaban agarrados por los antebrazos y mi padre a duras penas aguantaba las lágrimas. Bajar cuatro pisos no da demasiado tiempo para pensar, además, las picaduras del azogue del espejo despistan en exceso, pero las dos horas y pico de coche hasta mi casa de Almería sí que me permitieron darme cuenta de lo que hoy me punza en el ánimo. Despedir a un hijo, como sobrevivirlo, sin duda es lo peor de los viajes.

Se lo tengo que decir a la madre de Pedro, a ver qué opina ella.

Posdata.- La madre de otro amigo, cada vez que se va de viaje deja escrito y lacrado su testamento, repartiendo sus joyas y sus libros. Luego, al volver, lo rompe sin abrirlo. Yo no llegaré a tanto, pero sí que dejo claro que quiero que mis libros se los quede el Antiplatónico, estoy deseando recomponerle la biblioteca que sucumbió al delirio del fuego. De todas formas, que se joda y espere.

Nos vemos.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Biblioteca quemada: UDRÍ


Antiplatónico emboscado.
BIBLIOTECA QUEMADA. UDRÍ. Omnia praeclara, rara.


También se quemó, con el resto. Fue de las primeras versiones (que tanto cambia, al parecer) y la leí durante tres días en agosto del 2007, en un pueblo del interior, en una habitación luminosa y fresca, solo interrumpido por las campanadas de la Iglesia, los murmullos de los escasos habitantes y los requerimientos de dos niños pequeños que no comprendían tanta dedicación existiendo un mundo entero a la espera nuestra. El tiempo les dio la razón en parte, pero eso es motivo de otros libros quemados. Si recuerdo el escalofrío que me invadió al empezar a leer Udrí, lo que me suele ocurrir de forma premonitoria con los libros que luego me acompañan para toda la vida. Recuerdo que al llevar tres páginas me levanté y salí a la amplia terraza que había en esa casa y contemplando el paisaje recordé al autor y lo poco que lo conocía. Temeroso de tener que leer algo que no me interesara, había pospuesto su lectura varias veces, inquieto por tener que decirle alguna vez mi impresión sobre el libro, pues sabía que tenía puestas en él las esperanzas inherentes a toda persona que vierte en texto parte de sí mismo. Leídas tres páginas me quedé más que tranquilo y me preparé para una travesía de incierto recorrido pero de buena factura. Algo es algo, me dije. Si algo me gusta de los diálogos de Platón en su circunstancia. Hasta en los más enrevesados el diálogo siempre surge apegado a la realidad cotidiana de unos personajes que a la vez que hablan son seres aquejados de lo incierto de la vida diaria. Pasean, se encuentran ocasionalmente, tienen prisa, ríen, suplican, comen, beben, desean. Los diálogos son textos que admiten una lectura meramente literaria, aunque esta expresión es engañosa. Quiero decir que todo texto es literario, ya sea filosófico, poético, novelesco, etc. Entiendo que toda narración es un testimonio de su autor que opta por cualquier forma estilística en atención a sus preferencias o aptitudes, sin que existan diferencias sustanciales entre unos y otros. Por ello, los diálogos pueden leerse como texto narrativo y es ahí donde la maestría platónica cobra alturas irrepetibles. Así soy un antiplatónico emboscado… en el platonismo.
Creo que con la edad a uno se le pasan sus manías y reconozco que he vuelto a Platón, aunque sea para preferir a Aristóteles. Pero eso es otro tema. Lo que quería decir con la digresión anterior es ilustrar Udrí como un ensayo sobre la utopía. Si se plantea como una novela no debe hacernos dejar de lado que en su texto se encierra una reflexión sobre la utopía, y, entiendo, se trata de una reflexión crítica nada complaciente. Como ensayo filosófico expone un ejemplo de vida (o vidas) fracasadas aquejadas de un anhelo destructor. No deja de ser curioso que un autor confesadamente utópico y de izquierdas, (si no socialista), haya concluido con un reproche a la totalidad del pensamiento utópico. Si es así, y posiblemente no haya nadie de acuerdo con migo, me parece un acierto. Pero como el autor sabe y a pesar suyo, la obra una vez escrita deja de ser de su propiedad, sin que tenga el más mínimo derecho sobre la misma, siendo su opinión otra más, de tanto valor como la de cualquier lector, pues él mismo es lector de su novela, en pie de igualdad con el resto de los mortales.
Ensayo antiutópico se basa en un relato cuya prosa se suele decir que es barroca. No me parece que así sea, salvo que entendamos por barroca el uso de palabras en desuso o un empleo particular de la adjetivación. Ambas características del texto no pasan de ser expresión del deseo agónico del autor de dejar constancia de un mundo pasado, el de su infancia y juventud y de unos lugares, transitados en esas edades. Esa voluntad se concentra en recuperar expresiones ciertamente extrañas pero parte de un mundo pasado y, ahora, reinventado. Atento al objeto, el autor quiere nombrarlo con propiedad, sin pasar de largo por los nombres que se usaron en su día por personas ya desaparecidas y que dan exacta ubicación a la materia de lo que se habla. De ese modo la vida reaparece por la literatura, que se convierte en vida, como siempre he sostenido. Vida y literatura van ahora de la mano inseparables, formando parte del propósito del narrador (no del autor) una nueva instauración de lo real: lo escrito vive, existe. Por lo que se refiere a la peculiar adjetivación del autor es la otra cara de la misma moneda: comprometido con un pasado, el narrador no escatima datos, pistas, sugerencias, alternativas al lector, sabiendo que, no obstante, la memoria no es unívoca. Pero las amplias posibilidades que da la descripción deben ser acogidas por el lector como un amplio abanico de vías de acceso a lo descrito. Indagación en la realidad, pasada pero real.
Reproche no debe faltar en estas breves notas. El principal es la naturaleza no nata de la novela. En efecto, no hay novela no publicada. Limitada ahora a la graciosa generosidad del autor, la lectura está afectada por lo limitado de la audiencia. Es cierto que de esa manera se evita la estupidez del crítico de turno, la lectura apresurada, la opinión dolorosa etc. Pero también se pierde uno la lectura anónima y azarosa, el comentario inesperado, el fundado aunque duela. No obstante, mi enmienda es a la totalidad: sin publicación el texto no nace y queda en el limbo, nasciturus perpetuo condenado a un mundo de sombras fantasmagóricas. Toreo de salón, el libro no publicado carece de la gravedad de lo real, siendo mero proyecto, potencia frustrada, dibujo en la arena de la playa a la espera de ser borrado por el aire y el agua. Lo que da consistencia al libro es la posibilidad de leerlo, los posibles lectores. La exposición a todos es lo que da carta de naturaleza a la literatura que no puede ser secreta, encerrada en los asfixiantes límites de un círculo de amigos (por amplio que sea).
Es evidente que el libro me gustó. Lo malo es que casi nadie pueda leerlo, lo que es imputable al autor (no al narrador) que es incapaz de asumir una obra, pues creo que no es otro el motivo.
Una vez que terminó de escribir se sorprendió del resultado. Agotado, extenuado por la novela ha sido incapaz de asumirla en su integridad. Pero, repito, eso no desmerece en nada la novela que, gracias a Dios, ha escapado de las manos de su autor, aunque no lo suficiente. Algunos privilegiados damos fe de su existencia. No me extrañaría que el autor la niegue algún día. Yo no la tengo ya, pero el recuerdo sí.
Salud.

lunes, 6 de octubre de 2008

CONFESIÓN




"-A veces busco un recuerdo bello y antiguo y veo las huellas de mis pies descalzos hundidos en el relieve de la playa vacía, una fila de huellas que se pierden a lo lejos, y la caricia del viento en mi cara, levantando mi pelo por encima de los hombros. Cuento las pisadas cantando los números en alto, con mi voz de niña, aprendiendo el orden de las cosas, como me enseñaron en el colegio. Una, dos, tres…, las señalo con el dedo. Pero el recuerdo se me emborrona, se desliza de mi memoria como se borran las huellas de la arena entre la espuma que burbujea en lo alto de una ola que las arrebata de la playa y las zambulle en el mar."


(Fragmento de UDRÍ. Novela asediada por el fuego).


He dejado un libro que me aburría enormemente, y me he ido renqueando a por Udrí, esa novela abandonada en el escritorio (hay vaticinios que son certezas). Le doy distancia al libro y entonces la mediocridad merodea por encima de mi cabeza, como el vuelo premonitorio de un quebrantahuesos. Pero hoy, al abrirlo, Estrella se confesaba con Abdón delante de mí, y me ha emocionado tanto como cuando lo escribí hará un par de veranos, para espantar al buitre insidioso.
Gracias a quienes consolais mi estima. Ya sabeis quiénes sois, con lo que huelgan nombres.
Pepe