viernes, 27 de marzo de 2009

PESADILLA


Como una solitaria, estirada y cenicienta, emergió desde dentro, asomando su cabeza por mi boca para mirarme. Mi única defensa fue apretar los dientes..., una agónica dentellada.

domingo, 22 de marzo de 2009

FRAGMENTO DE UDRÍ




A través de la ventana entornada penetraba un fresco olor a hierba recién cortada y se dejaba sentir el espeso tacto de la tierra humedecida por el chubasco de la noche anterior, en la que pudo escuchar los gritos del otoño al derramarse sobre el jardín y el viejo tejado a dos aguas de la almazara. La casa dormitaba silenciosa, estremecida por los ecos cercanos que resonaban afuera, en el jardín, en las calles del pueblo, y los gemidos de las cañerías. Pero él seguía inmóvil, apoyado en el herraje del balcón, viendo cómo se amagaban las copas de los árboles y tiritaban las ventanas de la fachada, observando cómo el aire devanaba lentamente los nublos que enfoscaban el cielo, para permitir que en un hueco oscuro y entreverado de la noche se hiciera visible una tímida tajada de luna creciente que rielaba en los charcos del porche.


Ahora, de madrugada, la luz del alba empuja la mañana contra los cristales del balcón, disipando los reflejos nocturnos que se amontonan huidizos por los rincones umbríos de la habitación. Y él, como antes, sigue varado en la visión del jardín que lentamente amortigua su movimiento.

(...)

jueves, 12 de marzo de 2009

EL OJO-CELA-SINAPIA



PARA DESPEDIRME OS CUELGO LO QUE ESCRIBÍ SOBRE EL ORIEGEN DE CELA. ES LARGO PERO CREO QUE PUEDE RESULTAR INTERESANTE.

UN ABRAZO A TODOS Y HASTA PRONTO, ESPERO.


Llegábamos a Granada, cuando sobre el asfalto de la carretera de la sierra de Huétor comenzaba a caer una fina lluvia que el viento hacia serpentear sobre el parabrisas del coche. En uno de los cortados, asomaban primerizos los pámpanos en los sarmientos de unas parras. La viña era una isla en medio de un bosque de pinos. Luego comenzó a llover de forma intensa. Al llegar al cerro de San Cristóbal, donde la verticalidad proporciona una maravillosa vista de Granada y la Vega, Horacio pidió a Agustín Rebollo que parase el coche. El cielo estaba cuajado de pesados nublos oscuros, y se habían formado unas brumas que rodeaban el solitario campanario de la catedral, por lo que, de repente, la mañana adoptó un aire de atardecida. Se bajó solo y, como si buscara empaparse bajo el aguacero, se apoyó emocionado en el adarve amurallado del mirador que dominaba la vieja ciudadela. Las torres de la Alhambra se recortaban ordenadas contra la sierra, blanqueada por efecto de la que sería la última nevada del año.
Sin darme tiempo a adelantarme, Marina se apeó del coche con la gabardina cogida entre las manos como un capote y se la ofreció a Horacio. El agua se deslizaba por su cara para blincar hacia el suelo desde la punta de su nariz. Los dos se miraban sin decir palabra hasta que se cubrieron tendiendo la gabardina por encima de sus cabezas.
-¿Sabías que fue aquí donde me casé? Irene era de Granada. Allí –señalaba con el dedo extendido un hueco entre el tumulto de casas que se amontonaban en un bellísimo desorden en el barrio del Albaicín-. San Nicolás.
La bajada hacia La Cartuja, vadeando el cerro empapado, esquivando el resbaladizo verdín de las curvas umbrías, la hicimos callados. Yo había ofrecido a Marina el abrigo y ella lo rehusó con un agradecimiento sordo dibujado con los labios en aquel tranquilo silencio. Ése fue el momento en que me convencí de que siempre iba a quererla, que me iba a ser imposible dejarla escapar.
En cuanto llegamos a la plaza de toros, dejando a un lado el Clínico y la Facultad de Medicina, en la que teníamos cita al día siguiente, comenzó a indicar a Agustín el camino más corto para llegar al hotel en el que nos íbamos a hospedar: Avenida de la Constitución, El Triunfo, Arco de Elvira, calle Elvira y, al final, Plaza Nueva, por entonces abierta al tráfico.
-Nuestro hotel está muy cerca de la casa del Padre Damián. Nos espera por la tarde. Como vamos bien de hora quisiera dar una vuelta por el Zacatín y Bibrambla antes de comer. Si os apetece estaría encantado de enseñaros la Granada que un día conocí.
Agustín Rebollo se encargó de coger las habitaciones y de dejar nuestras maletas. Seguía lloviendo y Horacio no consintió en comprar un paraguas en una de las tiendas de souvernirs que existen en la plaza para los turistas que suben a visitar la Alhambra o van camino del Albaicín.
-Esto es un regalo Mario. Tanto tiempo quejándonos allí de la falta de agua y ha sido salir de la comarca y la providencia nos regala este aguacero. Vamos a mojarnos y disfruta que ya tendremos tiempo de echarla de menos.
Horacio miraba los regueros de agua que discurrían por los empedrados de Reyes Católicos, junto a los bordillos, para perderse en cascada entre las rejas de una fontanilla, el borbotón de agua que escupía uno de los canalones de un edificio de ladrillo rojo, balcones cerrados y tejado abuhardillado. Cruzamos el semáforo en ámbar y nos detuvimos debajo de la marquesina del escaparate de una tienda de ropa que hacía esquina con El Zacatín. La calle, estrecha como un embudo, bullía con el trasiego de personas que iban de allá para acá ajenos al agua, con los vendedores ambulantes que voceaban amparados en zaguanes y portales, y los mendigos, barbudos y sucios, que pedían limosna bajo la lluvia. En un momento llegamos a la plaza de Bibrambla, que se hacía hueco entre los edificios del centro, donde los quioscos de flores lucían macetas de geranios y rosas por debajo de los palios de lona con los que se protegían del agua que caía. Un guitarrista, de largos dedos y sombrero de ala ancha, sentado encima de un bafle y un amplificador, tocaba “Adios Tonino” de Piazzola, y nos entretuvimos escuchándolo mientras nos alcanzaba Agustín Rebollo. Cuando nos fuimos a comer, interpretaba “El día que me quieras” y, sin tener que volverme, me di cuenta de que Marina no dejaba de mirarme.
A las cinco de la tarde, después de sestear un rato en el hotel, nos fuimos en busca del Padre Damián, a su casa de la Cuesta de los Chinos. Una lengua de agua cristalina se descolgaba por la pendiente del cauce del Darro hasta perderse debajo de Plaza Nueva. Dejamos a un lado la iglesia de Santa Ana y la Chancillería, y anduvimos un rato hasta toparnos con la portada de la iglesia de San Pedro. El camino nos regaló unas hermosas vistas de la Alhambra, amplificadas por el silencio imperante en las calles tortuosas que se levantan sobre la orilla del río, en las que no nos cruzamos con turista alguno. Ya en el Paseo de los Tristes, donde el bullicio recobró la normalidad, cruzamos por un puente, y, una cuesta empinada, entarimada de lijas de piedra, nos llevó a la casa del Padre Damián, empequeñecida entre la imagen altiva de la torre de las Damas y la de Los Picos. Cuando llegamos a la puerta de la casa comunal, en la que el padre Damián vivía con cinco monjes, Horacio nos animó a seguir subiendo pues el recorrido recobraba belleza en ese punto y la pendiente se había suavizado considerablemente. Llamaron a la puerta dejando caer el picaporte sobre un aplique de metal, pero Marina y yo seguimos caminando entre torres y murallas, absortos con la vistas que regalaba el monumento nazarí entre la espesura de sus arboledas, inseminadas con el agua limpia de un arroyo que se precipitaba por la pendiente hacia abajo, paralelo al camino. No conocía la Cuesta de los Chinos, puesto que siempre que visité la Alhambra, la subida desde el centro de la ciudad la hicimos por la Cuesta de Gomérez y, reconozco que, desde entonces, no he utilizado otro camino cada vez que he vuelto a Granada a los Festivales de Música y Danza de junio.
Pasamos bajo un arco por el que transitaban varios turistas camino del Generalife, y bajo un acueducto cubierto por musgo, hasta salir a una alameda en donde una larga cola de japoneses esperaban para entrar en el monumento. Al volver la vista atrás, pendiente abajo, Granada se rendía ante la majestuosidad del Albaicín, y María no pudo contenerse. Me agarró del brazo y dijo: “Jamás podría haber imaginado tanta belleza”.
Ya todos reunidos en la casa conventual, el Padre Damián, que más que por su tamaño -a todos nos sacaba más de dos cabezas- impresionaba por la sotana oscura con la que se vestía de forma cotidiana, incluso para impartir sus clases de Derecho Natural en la Facultad de Derecho, comenzó a hablarnos.
-Cela y Sinapia –crujían los leños en la chimenea, mientras el padre los atusaba con la badila arrodillado sobre la pierna izquierda-. Hace tanto tiempo que no hablaba sobre esto, que os confieso que anoche me costó conciliar el sueño pensando en vuestra visita. Repasando las notas que en su día escribí me di cuenta de una cosa: habían pasado muchos años de aquello y, sin embargo, tenía la sensación de que no hubieran transcurrido siquiera unos días.
-No sé lo que ya les has contado Horacio –él negó con la cabeza-. Ah, ya veo que me has dejado a mí los honores. Bueno, a ver cómo comienzo.
Nos habíamos servido unas infusiones hervidas a base de una mezcla de hierbas aromáticas. Estábamos sentados alrededor de una mesa con la superficie de taracea barnizada.
-Tengo que deciros que, por mucho que se empeñaron en el seminario en inculcarme lo contrario, hubo un tiempo en yo no creía en más demonios que los que el hombre encerraba dentro, si bien es verdad que luego, con el paso del tiempo, me convencí que era imposible que pudiéramos engendrar espontáneamente tanta maldad. Fue en esa época de discusión interior en la que llegué a Cela. Por entonces el pueblo eran aún más pequeño de lo que lo es hoy, los ingleses habían abandonado la actividad minera y allí no había demasiado trabajo para un párroco joven acostumbrado al bullicio de la ciudad. Así que me no encontré mejor modo de matar los días que el estudio de la Iglesia de San Cristóbal. Y lo que comenzó siendo tan sólo una atracción por la arquitectura de la iglesia, a consecuencia de todo lo que iba encontrando, cómo se iba enhebrando entre sí, acabó convirtiéndose en el descubrimiento del extraño origen de Cela y la utopía de Sinapia.
-Tampoco quisiera yo ir demasiado rápido en lo que os quiero contar -se había callado y se rascó la cabellera con la mano derecha como si se hubiera dado cuenta de que los pensamientos marchaban por delante de sus palabras.
-La historia merece una explicación previa, y la explicación requiere vuestra atención. Veamos. La arquitectura en particular y el arte en general, envuelven de una forma espectacular la propaganda que interesa a aquellos que la sufragan, y ello sin valorar las razones que motivan la propagación de ese ideario: motivos religiosos, políticos, por la mera vanidad de perpetuación... Coincidimos que a eso se le llama simbología ¿verdad? -no esperaba respuesta cuando preguntaba y seguía encadenando razonamientos-. Cuando la sociedad era menos explícita de lo que es ahora, cuando las cosas se intuían en vez de mostrarse abiertamente, la arquitectura se convertía en un buen canal de mensajería, en un medio indeleble y perdurable con el que adoctrinar o informar. Yo no soy tan poético como Horacio, al que le gusta hablar de la Lengua de las Piedras –por nuestra sonrisa se dio cuenta de que no era la primera vez la oíamos nombrar-, pero si es cierto que la arquitectura siempre ha estado al servicio del poder, que es fruto de su tiempo, de la cultura en la que se crea y desenvuelve, no lo es menos que en Cela la simbología excede muy mucho de lo que podría considerarse normal, cobrando una importancia social extraordinaria, ya no para conocer sólo los orígenes del pueblo, sino para entender la España del Siglo XIX y el descontento que para muchos supuso el inicio de ese siglo.
-Son muchas los símbolos en los que quizá debiéramos detenernos, pero si hablamos de Sinapia, que es tanto como hablar de Cela, todos tienen un principio y un fin: "El ojo"..., "el ojo que todo lo ve".
No era la primera vez que oía hablar del "ojo que todo lo ve" y de inmediato recordé la experiencia vivida días atrás en el despacho cuando Horacio me hizo subir por el tirabuzón de escaleras a las últimas baldas de la librería.
-Explico a mis alumnos que el conocimiento del Derecho no se alcanza, exclusivamente, con el estudio de los textos jurídicos. Nadie duda que el Derecho necesariamente ha de encontrar su plasmación escrita, y que quizá sea ésta su representación de mayor importancia, pero no es menos cierto que el orden jurídico no procede únicamente de los textos que lo integran; o si queréis, dicho de otra forma, lo jurídico no se agota en los escritos que los juristas codificamos, porque el Derecho es más que una sarta de normas, el Derecho es realidad latente, pura vida. Por tanto, el conocimiento del Derecho está abierto a otros lenguajes, al mismo se llega a través de otras huellas, de otros mensajes, distintos de la escritura. Así, por ejemplo, la imagen, ya sea arquitectónica, pictórica, escultórica o publicitaria. Si nos acercamos al arte en clave jurídica, es decir con la intención de encontrar en él la manifestación del Derecho, nos daremos cuenta que el mundo jurídico también es estético, que en su representación encontramos puras y bellas formas de sugestión que no pretenden otra cosa más que recalcar el deber de acatamiento, de sometimiento a la norma. Basta con que recordéis la arquitectura medieval, que magnifica a Dios como centro del universo y humilla a un hombre servil y esclavo del poder, o la arquitectura y escultura de nuestro siglo XVII, que exaltando a Dios, encumbra a sus representantes en la tierra, el monarca y el clero. Ambas iconografías son esencialmente jurídicas, pues están puestas al servicio del orden establecido; el Derecho aparece como una imagen de la dominación de la que necesariamente se retroalimenta.
No puedo obviar que a esas alturas de la conversación yo estaba extasiado. No pude dejar de pensar que dónde estaría este profesor cuando a mí me obligaban a estudiar el realismo jurídico sueco de Olivercrona.
-Como os he dicho, muchas son las imágenes buscadas o utilizadas por el mundo jurídico para cumplir con su fin: imponer la norma, y quizá una de las más generalizadas haya sido la representación de La Ley. Y la Ley se representa con la forma de un ojo, el cual, por su origen divino, todo lo ve, todo lo vigila. Pensad lo que esto supone para que el Derecho se infiltre en la sociedad de forma natural, como una bendición, proyectando la idea de seguridad que mantiene en calma la sociedad asediada por el vicio y la maldad.
De repente aterciopeló su voz y, más que explicar, recitaba.
-Cuando la noche cae, espesa y ciega, los ciudadanos de bien, honrados y trabajadores, duermen tranquilos porque el ojo vigila. No ocurre lo mismo con los malvados, que ni siquiera en la penumbra encuentran refugio ante el ojo que todo lo sabe, que todo lo puede, un ojo insomne y omnipresente.
-Esta magnífica metáfora, siempre puesta al servicio del poder de turno, evoluciona desde sus raíces claramente religiosas o divinas a su manifestación secular y política, y por tanto jurídica, imprescindible para la construcción del Estado moderno. Os dais cuenta, de lo que os hablo es del tránsito de Dios al Estado como elementos del orden establecido.
-No podemos olvidar que los fundadores de Cela, comandados por Olavide y Buenaventura -¿Buenaventura?, me pregunté sin abrir la boca volviéndome a mirar a Horacio; desconocía ese hecho-, se educaron en una sociedad decadente y temerosa, atenazada por dos fuerzas antagónicas, pero que, sin embargo, bogaban en una sola dirección como única forma de mantenerse vivas: Dios y El Príncipe.
-En lo que a Dios se refiere, el ojo se representa inserto en un triángulo que lo rodea: la santísima trinidad. Así el mensaje que se nos lanza es claro: si el ojo permite la omnisciencia, el conocimiento absoluto, ese conocimiento permite la omnipotencia. Dicho de otro modo: si Dios todo lo sabe, todo lo puede. Y ello rodeado de su sustancia y el misterio de su múltiple personalidad que no es más que una: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios-Ojo-Trinidad, es el escenario iconográfico que inunda las catedrales, las iglesias, las esculturas, los libros, las joyas...
-En cuanto a la monarquía, en esos siglos nace una nueva figura de poder: El Príncipe, a quien, sin identificar totalmente con el Altísimo, sin embargo se le nombra vicario de Dios en la tierra, su representante. Así el "ojo de Dios", da paso al "ojo del príncipe" que tiene por finalidad cumplir con el mandato divino en el territorio en el que ejerce su poder-
-Olavide y Buenaventura, por muchas razones, quieren romper con todo ello, por lo menos como se venía entendiendo hasta el momento, pues os he de advertir que ambos eran profundamente religiosos, y se marcan como meta la secularización del poder. Es decir, dan un paso hacia delante y pretenden culminar el tránsito del poder de Dios al hombre, pero no se quedan ahí y creen necesario otro nuevo movimiento: el tránsito del poder del hombre a la Ley. Como veis un maravilloso modo de entender la organización social y política del hombre.
Horacio se recreaba en nuestras caras de asombro y atención ante el discurso del padre.
-Por tanto el punto de inflexión de su ruptura no tiene más misterio que el traspaso de poderes de Dios a la Ley, a la norma pura y objetiva. Para conseguir ese fin, que como os he dicho, ellos adoptan como modelo de sociedad el descrito por un autor anónimo en un libro utópico publicado a mediados del siglo XVII que describe una ciudad ideal. Ese libro tiene por título "SINAPIA".
Por fin Sinapia. Y es que a esas alturas me atosigaban las ansias de saber.
-En Sinapia, siguiendo la tradición de Tomas Moro, Campanella o Bacon, el autor finge haber hallado un viejo manuscrito de un navegante holandés, Abel Tasman, que describe con detalle la península de Sinapia, cuyo nombre proviene de su conquistador, el príncipe persa Sinap, aunque con anterioridad su nombre era el de Bireia. Dicha península confina al sur con los sitios de Lagos y Merganos. Como veis los nombre utilizados por el anónimo son claramente alusivos a su intención de huir de la decadencia en la que se encontraba sumida España, describiendo geográficamente un país situado en sus antípodas.
-Sinapia constituye un anagrama de (H)ispania, Bireia de Iberia, Lagos de Galos y Merganos de Germanos. Esta misma intención se demuestra también en su concepción política, social, religiosa y moral de la península de Sinapia que, curiosamente, toma su base en una doctrina política profundamente cristiana.
-La estructura política sinapiense es electiva y aristrocrática. Tal es así que la autoridad máxima, el príncipe, es de carácter electo. El principio básico de la configuración de los cargos civiles, eclesiásticos y militares, es que los cargos se proponen por los que han de obedecer y se eligen por los que han de mandar.
-En el orden económico la estructura ideada por el anónimo es copia de Moro, o sea, una organización comunista en la que se ha abolido absolutamente la propiedad privada, y sólo se produce aquello que es vital para el bien del pueblo y la sobrevivencia del estado, evitando con ello todo derroche y toda injusticia social. Pero claro, todo ello matizado por un profundo cristianismo, al igual que la Nueva Atlántida de Bacon.
-La actividad principal y básica de Sinapia es la educación, en la que participan desde la familia, encabezada por el patriarca, hasta el príncipe. Para ello se utilizan los textos del nuevo y antiguo testamento, pero en la traducción que realizan el príncipe Sinal, el patriarca Codabend y el filósofo Siang. En ellos tres están reflejadas las virtudes manifestadas por Erasmo de Rótterdam: el príncipe cristiano, el buen sacerdote que no renuncia a los ideales de Cristo, y el filósofo fiel y justo que abraza la verdad cristiana.
-La educación tiene por finalidad formar opiniones y buenas costumbres y enseñar las artes y los oficios, partiendo de una certeza: la decadencia de la sociedad ha llegado a tal punto, que resulta imposible una reforma. Hay que emigrar a una tierra nueva, lejos de la corrupción europea y papal.
-Quien quiera que fuese el autor del manuscrito, es claro que escapó al ojo de la inquisición y los militares que rodearon al Conde Duque de Olivares.
-¿Puede ser que el autor fuera Pablo de Olavide, el tío del fundador de Cela?
-Ducho mucho que el autor fuera el celebérrimo Pablo de Olavide, pero no me cabe duda de que bebía de las mismas fuentes que él. Incluso se ha llegado a creer que el autor pudiera haber sido Jovellanos. Pero si no os importa luego hablamos de Olavide, del tío y del sobrino, aunque estoy pensando que ese honor se lo voy a dejar a Horacio que sin duda podrá contarnos muchas cosas de ese caballero.
Paró un momento para dar un sorbo a la infusión que por entonces se le debía de haber quedado fría como un carámbano.
-De todo lo expuesto creo que no os debe de caber duda alguna de la relación simbólica entre "el ojo" y la concepción social ideada por Sinapia e instaurada en Cela: el poder de la ley, de la norma, se representa con la forma de un ojo. Esa fue mi primer descubrimiento, y lo que me hizo conocer a Horacio.