lunes, 27 de julio de 2009

LUCAS PARRA BAUTISTA in memoriam

Once años no son tantos como para esquivar la memoria, para borrarlo de dentro. Así que aquí lo tengo conmigo, siguiéndome el paso.
Mientras el tiempo se desgrana y veo cómo mi reflejo se deforma y arruga cada mañana ante el azogue del espejo, mi hermano no envejece y se perpetúa joven en las fotos que mis padres conservan colgadas en su habitación, moviéndose alegremente por mi cabeza, lo que me hace preguntarme si no seré yo el que se está yendo poco a poco.
Siempre lo quise especialmente, y durante estos años se me había olvidado gritarlo. Hoy lo hago.
Te quiero hermano.

lunes, 13 de julio de 2009

Miguel Fábrega, por Antonio Marín Peñas






Hoy de de nuevo el despertador demasiado temprano. Otra vez el trabajo, las prisas, la absurda celeridad cotidiana. De nuevo ese cliente desagradable que me llama cada día. Pero también hoy, al despertar, el abrazo calido de mi compañera de viaje, el beso de buenos días de mis hijas, la luz, el cielo, el mar, el locutor de radio que me ayuda a conectar, las sonrisas amigas y el periódico del desayuno.Todo sigue, todo ha continuado ocurriendo en el mundo, todos hemos vuelto a nuestras vidas y a nuestras historias personales. La máquina ha seguido funcionando, el tiempo ha continuado dando pasos precisos y rítmicos, el tráfico ha vuelto a inundar la ciudad, y las horas van cayendo una tras otra.Todo sigue adelante, aunque tu, amigo, ya no estés aquí para verlo. Extrañamente seguimos adelante, sin comprender, sin explicaciones, sin respuestas, perplejos, impotentes, confusos, con el shock ante el choque entre la vida y la finitud inexplicable.Hoy todo siguió adelante, aunque ya el mundo es distinto para siempre, porque ya, amigo mío, no estás tu aquí para verlo. La aventura sigue, el show debe continuar, y nosotros mas adelante volveremos a encontrarnos, distintos, pero de algún modo siendo. Hasta la vista Miguel.




Antonio Marín Peñas

miércoles, 8 de julio de 2009

“Infants dreams” Bill Douglas




“Infants dreams” Bill Douglas
27 de abril de 1970.

Estás apoyado sobre la planta de los pies descalzos, sujeto a una silla, mirando por la ventana entreabierta los palomos que forman alineados en el alerón de la casona de enfrente. Afuera envuelve el pueblo un cielo azul de una extraña dureza para estas alturas de año, por eso tu madre te tiene medio desnudo, con una camiseta blanca de punto y un calzón también blanco. Hace unos días echaste andar y lo has complicado todo. Hemos tenido que hacer desaparecer cuanto está a tu alcance y aún no sé cómo me las voy a ingeniar para protegerte de los enchufes.
Tengo que decirte que has sido muy valiente. Te has soltado de la silla y, con los brazos abiertos y las piernas arqueadas, has recorrido todo el salón hasta apoyarte, de improviso, en mi espalda.
Me doy la vuelta y no me hace falta entender lo que balbuceas, porque me miras y sonríes, antes de apoyar tu cabeza en la seguridad de mis muslos.
Y por cierto, esta noche no nos has dejado dormir.

Uno de mayo de 1970.

Ayer acabé un libro hermoso; triste y a la vez hermoso. En las notas que casi siempre escribo en los libros que leo, menciono que la autora dice que la historia acaba como cesan las voces después de haber hablado, y yo le he añadido: con silencio y un regusto de melancolía que sólo se me pasa cerrando los ojos, mirándote mientras sesteas en tu sillita, y pensando que mi historia, nuestra historia, comienza ahora contigo.
Lee el libro cuando estés dispuesto a asumir que hubo un tiempo en el que refugiarse en la resignación no era una muestra de cobardía, sino que era la única forma de hacer más llevadera la pobreza; que la única libertad posible era gastar la vida de la forma menos dolorosa posible; que amor y odio, eran sentimientos que se difuminaban entre las fatigas y necesidades de tener que comer cada día. Algo tan primario como comer ahogando sentimientos tan hondos como el amor. Es curioso, ¿verdad? Dios quiera que no lo tengas que vivir.
Viernes, cuatro de mayo de 1970

Son las cuatro y media y acabas de despertar. Fuera, por encima de la loma, chorrean unas nubes grises que lamen las copas de los acebuches. Por un hueco se cuela un rayo de luz blanca que ilumina el edificio del fondo; lo enfoca y resalta en la estampa umbría que se ve desde la ventana de la habitación. Algunos rayos de luz rebotan salpicados en el contacto con la piedra bruñida. Tú lloras echado en tu madre en el cuarto de al lado, porque ella se empeña en limpiarte las narices. Te ha vestido de azul y te peina constantemente la sombra orada que ya resalta en tu cabecita pelona. No puede evitarlo. Si hubieses sido una niña como ella quería-todavía te mira en la entrepierna resignada- no quiero ni imaginarme lo que estaría haciendo contigo.
Por cierto, mides setenta y cinco centímetros.