viernes, 23 de enero de 2009

MÁS


5.- Me pregunto si fui yo el que escapé de Cela o acaso fue el pueblo el que decidió mi abandono.
Ella ahora está aquí conmigo, con nuestro hijo. No hubiera sido capaz de volver sin ellos. Diez años son tantos…, y tengo la sensación que no haya pasado ni un minuto de todo aquello: la estación, Agustín, el viejo Dodge negro, los ladrones del agua y Don Lucas Huete balanceándose en la jara... Se lo debo a él, a Horacio; bueno y a Marina, al padre Damián,… Coge fuerza y empieza; ella sigue aquí. En su día soñé que se quedaría conmigo y aún ni la conocía. Aún se sonríe cuando se lo recuerdo. Yo dormía en el sofá a media tarde y su voz se dejaba caer por el hueco de la escalera como el agua derramada, serena y mullida; aún con el duermevela a cuestas, me levanté buscándola por el rimero de habitaciones de la planta baja y el primer piso, persiguiendo su voz enlatada. Llegué a mi cuarto y allí estaba, dentro de la luz del televisor. Primero sacó una mano, luego alargó la pierna que apoyó de lado, en el suelo, y enseguida tiró del resto del cuerpo, llevándose por delante los adornos que estaban junto al televisor y el pañito de hilo tejido a mano por Magdalena, la mujer de Agustín, para plantarse delante de mí con el micrófono en la mano: ¿eres tú el ladrón del agua?, me preguntó; y sin necesidad de abrir lo ojos, supe que se iba a quedar conmigo siempre.
Y tú, hijo, sigue durmiendo. Estoy persiguiendo con la yema de mis dedos el rastro de sombra que bordea la mejilla de mamá y me entretengo en el lunar que tiene justo debajo de la boca, como si el contorno de su cara fuera el patrón de todo lo que ahora quiero recordar, como si con ella rebobinara los recuerdos. Tengo que bajar la persiana, aun no ha amanecido del todo y no quiero que ellos despierten cuando arrecie el sol contra la ventana. Merecen descansar. Anoche ató la cuerda a la manija y no sé si voy a poder soltarla sin hacer ruido, estas persianas de madera son imposibles y pesan un quintal… Me olvido de que estoy aquí, en Cela. Venir de nuevo no ha sido fácil, lo sé, pero ella lo ha entendido, Horacio lo merecía. Al principio no logré seguirlo. La amapola estampada en aquel folio en blanco, como un borbotón de sangre, enviada en un sobre sin remitente con el matasellos de Cela. Y yo no comprendía. Y luego todas aquellas fotos de mis primeros años en Cela, una cada día, sin texto, sin más mensaje que la compañía de una amapola disecada. Fue Magdalena la que me lo dijo. El paso del tiempo hurgaba en sus recuerdos y ya apenas si los reconocía, pero de mí se resistió a olvidarse, conmigo no se entregó tan fácil. Amapolas contra el olvido, amapolas con las que sostener los recuerdos, amapolas para que yo tampoco olvidara. Ese fue su consuelo antes de que la vida se le desvaneciera con el paso de los días, antes de que la esperanza tiritara rabiosa, como una garganta después de haber gritado.

Quiero dar una vuelta antes del entierro. El pueblo está tan cambiado… Cuando llegué todo daba la impresión de avejentado, como en desuso. Todo era más viejo que antiguo. El abandono de los acebuches en el campo torcidos por el viento, las casas derruidas junto a las cunetas con pintadas emborronadas de la UCD y desgastadas declaraciones de amor, la carretera recortada a lo lejos por encima de las lomas, serpenteando al angostarse en los pasos elevados por encima de las ramblas, los mojones blanqueados devorados por matas y pinchos, escondiendo la distancia del pueblo: Cela diez kilómetros, Cela cinco…, y Cela que parecía que nunca llegaba, las abuelas recogidas en sus ropas enlutadas y rancias, los pocos hombres que no habían emigrado a Andorra o Barcelona, vestidos con petos azules, subidos en los tractores, anclados con soldadura bíblica a la tierra que los vio nacer, y en la plaza, la gente joven desesperanzada y mantenida a base del subsidio y las peonadas que repartían a escote su pobreza, su ruina, sentada en los bancos, fumando tabaco negro y barato, sin oficio, ni prisa… Ahora sin embargo me cuentan que ya no hay paro, que todos están volviendo al pueblo, todos regresan con el dinero ahorrado a montar sus negocios aquí. No sé si el cambio ha sido para mejor, no lo sé. A ver qué me cuenta hoy el bueno de Agustín, ahora que ya se ha quedado definitivamente sólo. Primero Magdalena, tan de repente, tan injusta su muerte, y ahora Hugo… Agustín aguantará, seguro que aguanta.

Marina tampoco reconoce el pueblo. Le gustaba más el que conoció entonces, rodeado de jaramagos y espartizales, el día en que Don Lucas Huete murió y a Cela le robaban las nubes. Lo cierto es que la ciudad nos está matando. Deberíamos de escaparnos, de huir definitivamente, aunque sólo sea por él, por Mario. Pero no me atrevo a proponérselo. Todavía sigue trabajando en televisión, bueno ya no es reportera, pero su trabajo está en Madrid, cómo podría llevármela a ningún otro sitio. Siempre me cuenta que no sabe hacer otra cosa y yo, a estas alturas, no puedo pedirle que se aventure conmigo, no ahora, y con Mario tan pequeño… Pero me gustaría tanto dejar aquello, volverme al campo, como entonces.
Quizá el revisor tuviese razón y Cela no me haya dejado irme del todo.

8 comentarios:

Marisa Peña dijo...

No me oyes aplaudir, pero lo hago...Tu prosa es maravillosa Pepe, de verdad. Voy a volver a leerlo todo de un tirón. Besos

PEPE dijo...

Si algún día lo acabo, no dudes que te lo haré llegar íntegro, de principio a fin. Aunque para eso queda mucho, tanto que no sé si voy a lograrlo.

Muchas gracias por seguir ahí.

Besos

Pepe

amarin dijo...

Hola. He vuelto. Veo que hay un nuevo relato de Pepe, del que no he leído nada, pero espero ponerme al día poco a poco. No se por que me fui. Bueno, si lo se: me fui porque me transformé en Mr. Hyde, pero no se por que me pasa. En las fases de Dr. Jekill suelo leer mucho, me caliento la cabeza, sale mi vena filosófica, científica, y escribo en este bloc y en otros sitios. Pero ya desde la adolescencia estos periodos de inquietud intelectual de repente un día llegan a su fin, e inicio un periplo de desintoxicación, que suele durar varios meses, e incluso un año, tiempo durante el cual la mejor literatura que me apetece leer es el Marca, y mis debates internos se centran en decidir que botella de vino me compro para cenar el Viernes. Salgo mas, hago mas cosas, estoy mas despreocupado, y soy mas práctico. A la vez, rechazo cualquier divagación intelectual y renuncio a cualquier lectura por mero instinto, sin que me cueste ningún esfuerzo, sino mas bien al contrario, encantado de no ver libros sobre mi mesa de noche. No se cual etapa es mejor, ni importa tampoco, pues no soy yo quien decide, sino que me veo arrastrado desde adentro a este comportamiento. Por suerte o por desgracia, y tan súbitamente como se fueron, vuelven de repente los libros, las dudas y los calentamientos de cabeza. En mi caso estas etapas sucesivas son buenas, porque me limpian la mente. Como todo en exceso creo que la literatura y la lectura en general pueden ser perjudiciales si se toman muy en serio y sin etapas de paréntesis. Si no que se lo digan a Don Quijote que, por no tener medida, finalmente vivió un desdoblamiento sucesivo mucho mas traumático entre el apacible amo de su Hacienda que leía libros de caballería, y el caballero que no leía libros y sin embargo vivía aventuras en el mundo ... ¿real?.
El caso es que hoy vuelvo, y me alegro de ello, sobre todo porque se abre de nuevo una ventana que me acerca a mi amigo, y solo por eso vale la pena cambiar de fase otra vez. Te he echado de menos, amigo, porque en el mundo ¿real? estas siempre oculto detrás de tu corbata y de no se cuantos incidentes concursales, y aunque estas presente es difícil verte. Aquí no te muestras pero te veo mucho mejor. Ya tenemos los dos la misma edad (aunque yo parezca mas joven). Tenemos pendiente celebrarlo otra vez, con una buena charla, delante de un buen vino, y sin prisas ni tumultos. Ahora que he vuelto tengo cosas que contarte; cosas que se ven distintas desde el otro lado, y yo he estado allí.

PEPE dijo...

Querido Dr. Jekill, alegra su visita a este sanatorio que últimamente se encuentra bastante abandonado. Si no fuera por la presencia de la amable Marisa, hace tiempo que lo hubiera cerrado.

De todas formas, sigo aquí, y me encanta haber tenido la puerta abierta del sanatorio para que hayas podido entrar nuevamente.Ya sabes que quedo a tu disposición para que hablemos en cualquier momento: me quito la corbata, mando al carajo los incidentes concursales y nos damos una parrafada delante de una botella de vino, que eso es lo que apetece a los cuarentones como nosotros.
Te he enviado por email el texto íntegro de lo que he publicado en el blog de Hugo y el extraño fenómeno del robo de las nubes, por si quieres leerlo. Está escrito quizá de forma apresurada, pero a mí me encanta hacerlo poco a poco, en plan folletín, salvando las distancias, como hacía Victor Hugo en el XIX.

Un abrazo amigo

Silvia_D dijo...

Te voy leyendo, niño, ya sabes que me encanta hacerlo.

Gracias por tus palabras de apoyo.
Te dejo besos

Anónimo dijo...

Pepe, yo también vuelvo al redil, tras un tiempo en el que simplemente otras cosas se comieron mi tiempo. gual que Antonio, me pondré al día porque no le he dedicado a tus escritos la introspección necesaria para valorar cada palabra de tus relatos.

Me entristece leer que pensaste incluso en dejar que este blog se cerrara, pero en la humilde parte de responsabilidad que me toca, no lo voy a permitir! Además, que el tirar la toalla es de cobardes o de resignados, y tú no eres ni una cosa ni la otra. He dicho.

amarin dijo...

Ves Pepe, mi vuelta tiene un efecto llamada importantísimo. Ya ha vuelto Elena también. Y volverán mas, seguro. No debes cerrarlo, aunque la gente irá y vendrá, y habrá etapas en las que en lugar de un sanatorio esto será el camarote de los hermanos Marx, y otras en los que estarás mas solo que la una, aunque en este caso debemos agradecer a Marisa que haya mantenido a flote este barco durante la tormenta de ausencias. De todas formas muchas palabras bonitas en el blog y luego cuando te he visto has vuelto a salir corriendo, con tu corbata, cada dia mas grande, que se va apoderando de ti de forma que ya solo se te ve la cabeza y los zapatos. Ya se que tu quisieras tener mas tiempo y no está en tu mano, pero cojo el guante de la comida que tenemos pendiente y espero tu propuesta de fecha.

PEPE dijo...

Bienvenida Elena, ya sabes que eres bien recibida.

Antonio, es difícil relajarse en el despacho, muy difícil, te estoy escribiendo esto a caballo entre una reunión, que acabo de terminar, y otra que espera en la puerta. Y lo hago ahora porque no quería dejar pasar más tiempo.

A buen seguro que comiendo hablaremos largo y tendido