miércoles, 30 de julio de 2008

AGOSTO



Creí que no iba a llegar nunca, pero ahora sí, ya está ahí, apenas dos días. Un mes a mayor gloria de un cesar y los condenados al trabajo. ¡Viva el cesar!

Nos vemos en setiembre.

viernes, 25 de julio de 2008

LA MIRADA DE LOS CORMORANES


CAPÍTULO IV.

Autor: QUARENDO INVENIETIS

En el vértice de mi cama una sombra siniestra me contempla por mis cuatro puntos cardinales, su mirada alcanza los confines de mi alma, sin lentes de hombre puede ver mi oscuridad y oler mi miedo, acaricia el aire y el mar que reposa en mi cráneo, con su canto me narra al oído lo que ocurre en la noche, la nana habla de la luna verdadera y de la otra, la que se esconde en las olas, escucho el graznido incesante de los cormoranes negros, que fingen dormir apiñados en los puertos, esperando dar una dentellada a los sueños de niños suspendidos en el horizonte o a aquellas madres insomnes cargadas de anhelos.

La muchacha rubia entra cada segundo en la habitación, a mirarse en el espejo, a peinarse desnuda, dormida y soñando, ¡no me grites!vete de aquí!, pero la silueta que se sienta en mi cama sigue incesante en su eterna cantinela. Proyectando en mi oído, con los ojos secos, pequeñas luces que se desplazan imperceptibles, entre pescadores que pacientes, esperan algún indicio para alzar sus redes. ¡Quién eres, que haces aquí…!

- ¡Manolo!, ¡Manolo!, ¡coño!, despierta ya, no se como cojones me has metido en esta, no te lo voy a perdonar en la vida, de todas las tonterías que has hecho esta es la más absurda, bien caro me va a salir tu polvo joder, ¿cómo estas?

- Cómo quieres que esté Ernesto, llevo un agujero en el costado por el que podría atravesar un tren, y Esther, nuestra Esther se la han llevado, ¡por Dios! se la han llevado…

- ¿Se la ha llevado quién?

- Ernesto tienes que confiar en mí, no puedo decirte nada, es mejor así, tu vida podría correr peligro y te necesito fuera para que puedas sacarme de aquí,

- No pienso hacer nada esta vez, la última vez que confié en ti me robaste a Lucía, para que luego acabaras perdiéndola como todo en tu jodida vida, y dejando prácticamente huérfana a Esther, no sé que coño harías para que os abandonase a los dos, aún no te he perdonado por aquello que nunca has tenido cojones a explicarme, y quieres que siga confiando en ti, esta vez has cruzado el límite, o me dices qué coño pasa, o salgo por esa puerta y te buscas la vida con los de asuntos internos que te tienen todas las ganas de endosarle el muerto a algún gilipollas, te has cargado a dos tíos cojones ¿qué ostias te pasa?

- ¿Recuerdas la investigación sobre la muerte del profesor Aureliano Martínez, aquel loco que más que dar clases de química en la universidad, parecía un alquimista de marmita y mortero, aquel anciano rudo que denunciaba de manera neurótica y diaria que lo iban a matar y que quería protección, callándose como un somormujo asustado cuando le preguntábamos quién y por qué?

- Sí, lo recuerdo vagamente, fue un caso que asignaron a la brigada del sobrino del Comisario Velázquez, el pobre hombre acabó muerto.

- Muerto no Ernesto, asesinado. ¡Bien!, ya sabes lo que me gusta husmear en los papeles del hijo puta del sobrinito desde aquel turbulento día, y en el expediente del profesor encontré una especie de carta escrita a mano con una caligrafía que decía algo así como “Todo se les perdona a los que disfrutan de la vida, buscame en Palermo, junto a la eterna carcajada de la muerte”.

- ¡Y qué!, recuerda que el tío aquél estaba más bien loco que otra cosa, la gente así suele rodearse de papeles de esos con versos raros o frases hechas, que han escuchado en cualquier sitio, que luego se ponen a buscar en Internet como si fueran a encontrar la gran verdad.

- Nunca fuiste curioso Ernesto, y te lo he dicho mil veces, hay dos clases de policías, los malos y los curiosos. Por otra parte, recuerdo que la Universidad hizo lo posible por enterrar el bochornoso suceso, ignorándolo tan pronto como fuera superado el escándalo del momento, entre otras cosas porque el fiambre apareció en la biblioteca de la Universidad degollado y con un dibujo obsceno en la nalga izquierda. Conociéndome, sobra decirte que comencé a sentir una gran curiosidad por saber lo que había ocurrido, más aún, animado por la posibilidad de poder adelantarme al sobrinito y joderlo en su propio campo. Así que me planté en la Universidad, me hice pasar por periodista, ya sabes lo que abren las puertas los dichosos carnets de la prensa falsos, a veces me dan ganas de cambiarlos por la jodida chapa, y comencé a preguntar por su vida académica y personal, hasta que me dijeron que andaba en un último proyecto con varios alumnos aventajados. Fue cuestión de tiempo averiguar a qué grupo de alumnos se refería, y allí estaba, entre ese grupo, la rusa.


Mientras relata su encuentro con Irina Petrova ocultando los detalles que a Barroso le parecen imprescindibles para la seguridad de su compañero, le vienen a la memoria como fotografías impresas en la retina del subconsciente, la cara de la rusa, sus cejas arqueadas provocando en sus ojos un continúo interrogante al que sin saber por qué, provoca la inmediata necesidad de contestar, con alguna respuesta infalible y por ello ingenua, sensación que no hace otra cosa más que ante la imposibilidad de esa respuesta, acrecer las ansias de poseerlos y doblegarlos de cualquier modo, recuerda Barroso las nalgas de Irina henchidas de una adolescencia retardada y el ajuste perfecto de su ropa interior que denota en su cuerpo aún una mayor solidez, todo en ella era rotundo y curvilíneo suave y terso. Vienen a la memoria de barroso aquella habitación, el espejo ahumado que desdobla los cuerpos, el aliento de Irina a vodka en su nariz, que respiraba incesantemente como si de una atmósfera alcohólica y divina se tratara, pero sobre todo recuerda como momentos de un fantasma que aún no sabe su condición, cómo la policía irrumpía en aquella habitación, lo encañonaban, y le pedían que se levantase con las manos en alto sobre la cabeza, y aquellos pies sobresaliendo por la sábana, la melena rubia de Irina y los lunares de su espalda que se presentaban ahora como una constelación malévola del destino.

- En ese momento gritaron que me estuviera quieto que estaba muerta, yo no pude comprobarlo, ni siquiera le ví el rostro, cuando fui a acercarme, alguien me golpeó con la empuñadura de la automática en la cabeza.

- Al volver a casa después de toda la peripecia, encontré tan solo una nota que ponía con una caligrafía similar a la nota del profesor de química: “La verdadera felicidad no es asimilable por la retina”,“Está con nosotros, no intentes buscarla, ni le digas nada a nadie si quieres volver a ver a tu hija”.

- Me estás diciendo, que por un polvo de una noche con una rusa de 20 años a la que emborrachaste, se ha montado este circo, mira Manolo, la verdad, tú sabes algo más que no quieres contarme y así no te puedo ayudar.

- Te quiero decir, gilipollas, que aquí ocurre algo gordo, que no estamos jugando a pillar al gran camello, o a que no nos pillen a nosotros, no me entiendes, lo único que necesito es que me saques de aquí para buscar a mi hija, estoy seguro que quieren que sea así.

- Pues la cosa está complicada, saben lo de las transferencias, y va a ser muy difícil llegar a un acuerdo con ellos, para que continúes la investigación y aclarar las cosas.

- No quiero acuerdo que valga, ¿no me entiendes?, quiero escaparme de aquí, cualquier acuerdo pasará por serles útiles en la investigación y eso es lo que puede costar la vida a mi hija, quiero salir y que me pierdan de vista, tengo que ir a Italia, a Palermo, algo me dice que la nota que encontraron junto al profesor puede darme una pista de quiénes son y de dónde puede estar Esther.

De repente, irrumpen en la sala del hospital varios agentes de asuntos internos empujando a Ernesto para que abandonara el recinto, una enfermera corpulenta de mediana edad aprieta las pantorrillas de Barroso, mientras que los agentes lo sujetan por los brazos, el médico prepara una jeringuilla que contiene un líquido amarillento, y procede a inyectar un nuevo calmante en el maltrecho cuerpo de Barroso, que obstinado intenta sin éxito resistirse.

La retaila de insultos e improperios se escuchan en todo el Hospital. Por el rabillo del ojo Barroso observa cómo Ernesto toma su móvil en mano y comienza a marcar los números del teclado rápidamente con la intención de realizar una llamada.

- Por favor, es muy importante y urgente, necesito hablar con Parménides, dígale que acabo de hablar con Barroso como acordamos, y que tengo la información.

Barroso comienza a notar los efectos del analgésico, nuevamente vuelve a su mente un rostro imposible de olvidar, aunque la rusa esta vez no se le aparece en su cama, sino a la luz de una cerilla bajo la claridad mortecina y decadente del luminoso del Georgia.


...la muchacha rubia entra cada segundo en la habitación, a mirarse en el espejo, a peinarse desnuda, dormida y soñando, ¡no me grites ¡ vete de aquí ¡, pero la silueta que se sienta en mi cama sigue incesante en su eterna cantinela. Proyectando en mi oído, con los ojos secos, pequeñas luces que se desplazan imperceptibles, entre pescadores que pacientes, esperan algún indicio para alzar sus redes. ¡Quién eres, que haces aquí…!

¡Soy tu madre!, ¡huye Manuel!, ¡huye!

lunes, 21 de julio de 2008

BAILÉN Y SU BICENTENARIO


Hornea la mañana el calor excesivo de julio, el aire seco y caliente de acento africano que desguaza las espigas agostadas de las hazas, y derrite las sombras de las olivas que se desparraman líquidas entre los terrones de los campos labrados. Ha sido difícil dormir viendo parpadear por la ventana el termómetro de la farmacia de enfrente que no ha bajado de los veintiocho grados, oyendo las voces desinhibidas por el alcohol de los que trasnochan, las arengas de los que madrugan arremolinados en El Paseo esperando la entrada de los soldados en el pueblo. Hoy casi no se trabaja, y todos andan de allá para acá, evadidos de su rutina, pero los que más corren son los niños que enfilan la calle de Las Eras gritando que ya están aquí, que ya desfilan camino del Ayuntamiento, como si los tambores y trompetas de sus marchas militares no fueran suficientes delatores. Y a mí me es imposible no recordarme corriendo, esperando en la puerta del Castillo la llegada de los militares del Cerro Muriano, el olor de la pólvora en el paladar al pegarme a ellos en las descargas, la sensación de vacío que me quedaba cuando la feria se desmantelaba como los poblados de buhoneros y nos dedicábamos a recolectar las chapas que aún no se había limpiado, o intercambiar los tebeos que ya habíamos leído…

Desayuno sin prisa regostado en el sabor intenso del aceite verde y echo a andar por la Calle Real para comprar un libro que ha escrito sobre La Batalla un vecino del pueblo, hoy residente en Granada, del que he oído hablar por mis padres, Andrés Cárdenas, “El Cántaro Roto”. De casi todos los balcones cuelgan banderas de España, y me da por pensar si están allí desde lo del fútbol. No, en Bailén pasa todos los años, así es, hay que recibir al ejército como se merece, aunque me resulta extraño que no haya ni una sola bandera de Andalucía.

Al cruzarme con un amigo del colegio le pregunto por el programa de Las Fiestas porque en la librería me ha sido imposible comprar uno, y él me dice que me regala el que lleva encima, que en su casa tiene otro, que parezco tonto, que cómo a esas alturas de julio van a quedar programas. Después de tanto tiempo sin ir por el pueblo todavía hay quien me recuerda. Aunque la mayor parte de esos artículos destilen el aire rancio de la adulación, de la exaltación de “la gesta”, a mí me gusta reconocer en los autores a viejos amigos; alargo su lectura durante todo el año y confieso que se me agarra cierta modorra en el ánimo. Creo que soy yo el que la busco. Al abrirlo, sin parar de andar, me doy cuenta de que han arrancado una de las primeras páginas. No me hace falta mirar el índice para saber que ahí estaba la foto del Rey y su saludo mecánico de todos los años.

No me he percatado de que un municipal me pide que me aparte del centro de la calle porque los soldados se me vienen encima, atronando con el clamor de los tambores que reverberan encima de los tejados de teja de las casas antiguas que se amontona en esa parte vieja de Bailén. Pero a la gente no le molesta; les grita vivas desde los balcones y los piropean. Uno de los soldados se atraganta con la trabilla del casco. Es joven e imberbe, y se relame el bozo del que le brotan pequeñas gotas de sudor. Desfila con la cabeza echada hacia atrás, marcando el paso de una forma excesiva, pataleando el acerado peatonal en el que desde los balcones han lanzado flores. Yo juraría que iba llorando.

No sé si esa tarde, o quizá el día siguiente, van a inaugurar el museo de interpretación de la Batalla, aprovechando el bicentenario de la primera gran derrota en tierra de las tropas francesas, pero ya me han contando que a los actos conmemorativos no viene nadie de la familia real, ni del Gobierno de España, ni siquiera de la Junta de Andalucía. Yo, que como otros tantos soy un republicano agradecido a Don Juan Carlos, me voy pensando que la verdad es que con tanto calor apetece poco moverse a un pueblo de Jaén, a sufrir el chajuán repetido de cada verano, y le agradezco que ese año no haya venido, porque ése ha sido el detonante para que yo esté aquí.

Camino de la casa se me viene a la cabeza la noria de la huerta de San Lázaro, o del Sordo, que para el caso es lo mismo, el calor de aquel julio, con los campos encendidos a cañonazos, la calle de Las Eras, donde se casó mi madre, ardiendo también, los cubos de estaño colgados de los brocales de los pozos de los patios, junto a nervudos naranjos agrios. Pienso en María Bellido, “La Culiancha” -no tan bella y joven como la madrileña Manuela Malasaña, y sin embargo nuestra hermosa heroína-, tirando de la soga para derramar el agua en un cántaro: también me acuerdo del general Castaños y Teodoro Reding, de los franceses que están enterrados para siempre en esta tierra, Dupré, en el subsuelo de la ermita de la Limpia y Pura, y Gobert, su cuerpo debajo del mármol de la iglesia de Guarromán, su corazón en Francia, y me advierto de que Bailén, el sitio en donde he nacido y crecido, es historia viva, que ésa es mi gran suerte, la herencia que quiero dejar a mi hijo. Ahora que la historia se amaña y se tuerce, que se reduce precocinada por mero interés, me reafirmo en que Bailén es una gran oportunidad para conocer la historia común, aunque me ensombrece pensar si acaso no es ya una oportunidad perdida.

El sol está alto y aplasta las sombras contra el suelo. El cerro Valentín despunta en el fondo, por encima de las eras cargadas de los ladrillos que este año no se van a vender, de las camadas de olivos uniformes que en su inmovilidad parecen figuras de bronce teñidas de un verde desgastado.

Bailén, 19 de julio del año 2008. Bicentenario de la Batalla

jueves, 17 de julio de 2008

BAILÉN



"Abdón levanta la lámpara a la altura de sus ojos para graduar las luces y sombras que revelan el cuadro, y deja en sus pies la bolsa de viaje y la gabardina mojada que humedece suelo. Se retira unos metros para darle distancia y lo mira en su conjunto. Sobre un fondo de montañas azules difuminadas, verdes alamedas y pátinas amarillentas que emulan el chajuán de una mañana de julio de la campiña jienense, la escena plasmada en el cuadro gira, como un aspa, alrededor de dos generales enfrentados que se anticipan a la cohorte de contendientes que se encuentran tras de ellos. A la izquierda, el bando español, con el General Castaños a la cabeza que saluda cortésmente a los rendidos, quitándose el bicornio y haciendo el ademán propio del hombre educado, está compuesto de un variopinto grupo de soldados del pueblo, guerrilleros, garrochistas jerezanos y algún alto cargo del ejército español, todos llenos altivez en sus gestos, sabiéndose vencedores de la cruenta batalla. A la derecha, y en un plano algo inferior, el Rayo del Norte, el General Dupont, rodeado de diversos militares perfectamente uniformados, con la espada rendida, el pecho altivo y los brazos abiertos, en clara expresión de entrega, hace de avanzadilla de un ejército que desfila después de haber entregado sus armas.
Una copia de ese cuadro se conserva en la casa desde finales del diecinueve. La familia se había empeñado en él tras verlo en la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en mil ochocientos sesenta y cuatro, y el abuelo de Abdón siempre contaba orgulloso que cuando su padre lo compró le resaltó que en ese cuadro se encontraba una parte importante de la historia de España, y el honor de las gentes de Bailén.
Abdón recoge sus cosas del suelo y deja la lámpara antes de dirigirse a su cuarto. Cuando gira la llave, dos vueltas, y corre el pestillo, la calma de la casa se llena de ecos.
Rodeada de oscuridad, Estrella mira en silencio, desde la escalera, la puerta cerrada del dormitorio de Abdón."

Fragmento de "Udrí"


Yo, como Abdón, hoy vuelvo al bochorno de la campiña jienense, al sitio de la batalla, a Bailén.
Me sumergo en el pasado, rogando que sea piadoso conmigo.

miércoles, 9 de julio de 2008

TERCER CAPÍTULO: TORREBRUNO


Tercer capítulo.
Autor: Antonio Marín.



III

Tres de la madrugada. El sonido repentino de un teléfono irrumpe en la oscuridad de la habitación. Di Pietro da un respingo en la cama y busca impaciente el interruptor de la luz de la mesita. Cuando finalmente logra encenderlo descuelga nervioso el teléfono, adivinando la voz que oirá al otro lado.

-Silencio-Diga…- Eres un hijodeputa y un gilipollas, Torrebruno.
- Don Silvio, ….. hice lo que pude……. Nadie podía imaginar que ese loco fuese allí a buscar la muerte, porque eso es lo que hizo. Solo podía buscar….
- Esta vivo, imbécil, pero es mejor así. Aún puede sernos útil.
- Pero… yo ví cómo se desangraba…
- ¿Le dijiste algo?
- Claro que no Don Silvio, solo estaba despachándolo cuando de repente comenzó a dar golpes y a pegar tiros como un loco. No dio tiempo a más. Acto seguido el Matabichos le clavó el punzón hasta el tuétano.
-¿Y la chica?
- Está a salvo, no se encontraba allí en ese momento, se acababa de levantar para ir al lavabo, y se libró. Ahora no sé donde está. Yo he estado todo el día declarando. Me han soltado hace dos horas. El Matabichos y Nico siguen detenidos. El Matabichos se ha inculpado de lo del punzón a Barroso, por eso a mí me han soltado.- Escúchame Torrebruno…
- Don Silvio, por favor, no me llame así. Los chicos están empezando a chismorrear y tengo que mantener un respeto...
- “Torrebruno, ese imbécil que jugaba a ser alguien y solo llegó a payaso callejero”.
Será un buen epitafio. Manda a la chica a Italia. Su trabajo ha terminado, y es mejor quitarla de en medio hasta que se resuelva la cosa. Dale vacaciones al resto de las chicas y cierra el garito durante dos semanas. Tú escóndete donde quieras, pero si asomas el culo por algún sitio, si alguien te ve, o si sé algo de ti en las próximas dos semanas, te daré unas largas vacaciones en el Infierno. No hables con nadie, y menos por teléfono, ni siquiera en los de recarga como estos. Solo son seguros si cambias de número cada cuarenta y ocho horas y tu no podrías hacer bien ni eso.
- Si Don Silvio... Si me permite la pregunta, ¿Qué harán Ahora con la hija de Barroso? ¿El plan sigue adelante?
- Eso no es asunto tuyo, de momento.
Di Pietro escuchó cómo Don Silvio le colgaba el teléfono. Estaba furioso. ¿Cómo era posible que le echase a él la culpa? Lo había hecho todo siguiendo instrucciones. La chica había contactado con Barroso y se había metido en su cama ese mismo día, manteniéndolo ocupado mientras él mismo se encargaba de la operación para coger a su hija. Después de eso, según le dijeron, llamarían a Barroso explicándole las condiciones si quería recuperarla. Solo él tenía el suficiente acceso a los rusos como para poder hacer el trabajo. Pero nadie podía imaginarse que Barroso localizaría a la chica en el Georgia en solo dos días. ¿Cómo podía haberlo hecho? Además ¿Qué habría conseguido Barroso si hubiese encontrado a la chica en el reservado? ¿Acaso pensaba que ella lo llevaría hasta su hija? No encajaba. A menos que se tratase de una venganza... que Barroso creyese que su hija ya estaba muerta, o que de todas formas lo iba a estar pronto hiciese lo que hiciese.
Le dolía la cabeza. Di Pietro se encendió un cigarrillo y se asomó a la ventana. Todo parecía tranquilo, pero con el paso de los años había aprendido a desconfiar de la tranquilidad. Demasiada tranquilidad. El vagabundo que hacía dos horas dormía en un banco frente a su portal había desaparecido, dejando en el suelo su botella y sus zapatos. Eso era suficiente. Dio media vuelta, se puso a toda prisa una camisa y unos pantalones que estaban descuidadamente colocados sobre una silla, y sacó la pistola de su funda. Se dirigió a la puerta y, tras mirar por la mirilla, la abrió lentamente. El portal ya debería estar controlado, así que salió al pasillo dejando tras de sí la puerta abierta y se dirigió a la ventana que comunicaba las escaleras del edificio con el patio de luces, la abrió y logró salir por ella. Saltó al patio, hasta el que había una distancia de unos dos metros, y al caer se luxó la rodilla derecha. Reprimiendo un quejido corrió renqueante hasta el otro extremo del patio y trepó por el enrejado de la ventana del entresuelo hasta la ventana de las escaleras del otro portal. Trató de abrirla pero estaba cerrada por dentro, por lo que, desesperado, le propinó un fuerte golpe con la empuñadura de su pistola, cortándose la mano con los cristales. Sabía que tenía solo unos segundos, pues el ruido habría atraído a los rusos. Trató de introducirse por la ventana, y al hacerlo se cortó en el pecho y en los costados con los restos de cristales rotos. Saltó al interior del edificio contiguo y corrió hacia la puerta. Salió y echó a correr hasta la esquina, metió la llave en la cerradura de su Porsche allí aparcado, abrió la puerta y se introdujo dentro. Arrojó la pistola al asiento derecho. Arrancó el coche, levantó la vista y encendió las luces. Ante él una figura iluminada por los potentes focos lo tenía encañonado. En una décima de segundo le pareció ver a su hermana pequeña meciéndose en un columpio en Sicilia, mientras él la empujaba. Debía tener nueve años, y sonreía mientras empujaba a su hermana en el columpio. Era feliz, como nunca más pudo volver a ser. Su hermana reía y él la miraba con los ojos y con el alma, con la nostalgia de quien ve la línea de la inocencia ya detrás, justo detrás. Después ya no vio nada.
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Ocho treinta de la mañana. Ministerio del Interior.

El Director de Inteligencia, Carlos Bautista, esperaba nervioso en la sala de reuniones, sentado ante una mesa ovalada con una pantalla de plasma en la cabecera, y sin más decoración que la madera noble que recubre las paredes. Cuando se abrió la puerta sintió un escalofrío en la espalda. Primero entraron los dos asesores, después el Secretario, y finalmente el Ministro. Tras los saludos de rigor tomó la palabra el Secretario.
-Señor Bautista, como sabe estamos aquí porque a las siete de la mañana nos ha llamado usted convocando esta reunión de urgencia. La agenda del Ministro ha sido cambiada de forma inmediata, por lo que esperamos que lo que nos cuente merezca este esfuerzo.
- Creo que sí. Se trata de la “Operación Costa”. Podría estar en peligro. Esta noche, de madrugada...
- ¿Qué? – interrumpió el Ministro.- Llevamos dos años preparando esta operación – dijo el Ministro con un forzado ademán de contención-. Hemos conseguido infiltrar a tres agentes. Hemos movilizado un operativo de ochenta personas. Hemos gastado ya mas de la mitad del presupuesto de la partida destinada a la lucha contra el narcotráfico para todo el año, ¿y me dices que se puede ir al traste cuando solo faltan unos días para la intervención?. No me jodas Carlos.
- Señor Ministro...
- Déjate de monsergas y formalismos, estamos en confianza.
- Alfonso, no se qué coño está pasando. Los rusos siguen sin sospechar nada, según nuestros infiltrados. El gran alijo debería llegar en la fecha prevista. Todo el operativo está listo y todos los chequeos están OK. El problema no viene de los rusos, sino de los italianos. Al parecer hace treinta y dos horas aproximadamente, un ex-agente de policía llamado Barroso, vinculado a la mafia rusa según parece, irrumpió en un Club dirigido por un italiano, un tal Di Pietro, y la emprendió a tiros con los gorilas. Di Pietro no es un pez gordo dentro de la mafia italiana en España, pero si tiene vínculos importantes con los grandes, al parecer por relaciones familiares, tanto en España como en Sicilia. Parece ser que Barroso no iba a por él, porque lo tuvo encañonado unos segundos y no lo mató, según algunos testigos. El problema es que no parece un hecho aislado o algo personal entre ellos, porque esta madrugada los rusos han matado a Di Pietro junto a su casa. Podría desatarse una guerra entre la mafia rusa y la italiana. Di Pietro era de la familia y todo eso, ya me entiende. Además no tiene sentido que los rusos provoquen un incidente así justo antes de recibir el gran alijo. Deben haber sido los italianos los primeros en mover ficha. El caso es que ahora no sabemos si los rusos abortarán la operación….
- Carlos, después del fiasco en la lucha antiterrorista, necesitamos un golpe de efecto. Por eso esta operación es tan importante. Es necesario tener un éxito rotundo y detener a la cúpula de la mafia rusa y a su entorno. Más que nunca dependemos de una operación como esta. La economía va mal, la crisis internacional, nuestros propios problemas internos… Necesitamos esta cortina. El Presidente me llama todos los días, y no voy a decirle que se puede ir todo a la mierda porque un expolicía corrupto se ha tomado dos copas y se ha liado a tiros en un puticlub. No me jodas.
- Estamos tratando de averiguar qué está pasando. Creemos que la clave puede ser Barroso, pero en estos momentos está en el Hospital, y cuando salga pasará una buena temporada en la cárcel. Mató a dos y dejó a otros dos casi listos.
- ¿Qué necesitas?
- Una autorización para interrogar a Barroso y manos libres para ofrecerle un trato.
- Llamaré al Fiscal General. Mantenme informado y no me falles Carlos, no me falles.
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Once de la mañana. Hospital San Felipe. Habitación 232. Dos agentes de policía custodian la puerta. Otros dos agentes, éstos del CNI, les enseñan sus credenciales y la autorización para interrogar a Barroso. Después entran en la habitación y se encuentran a Barroso mirando al techo.

- ¿Barroso?
- No, soy Batman.
- Déjese de estupideces. Está hasta las cejas y lo sabe.
- Siempre procuro estar hasta las cejas, para no relajarme. Me sienta mal.
- Este vez tendrá tiempo para relajarse, salvo que decida ser mas amable. Hemos venido a ofrecerle algo a cambio de información. Somos del CNI.
- ¿Del CNI?. ¿Qué cojones se está cociendo aquí?
- Eso es precisamente lo que hemos venido a preguntarle.
- Pues entonces todos estamos jodidos.
- Creemos que usted sabe más de lo que cree saber.
- En ese caso mas vale que no diga nada más hasta que me digan qué me ofrecen.
- Barroso, hoy es su día de suerte. Ni Papa Noel podría regalarle algo mejor que lo que le voy a ofrecer, así que no sea gilipollas y sepa valorarlo. Podríamos aliviar un poco su situación. La alternativa son veinte años a la sombra.
- Qué generosidad. Hable antes de que me ponga a llorar de emoción y acabemos abrazados cantando villancicos.

domingo, 6 de julio de 2008

SEGUNDO CAPÍTULO




SEGUNDO CAPÍTULO.
AUTOR: ANTIPLATÓNICO EMBOSCADO


II

TRANSCRIPCION DEL INTERROGATORIO AL AGENTE ERNESTO QUEVEDO POR LA BRIGADA DE RÉGIMEN INTERNO.


AGENTE INTERNO: ¿El día de … estaba usted participando en la operación de detención de un grupo delictivo en la ciudad de M. a las órdenes del Comisario Velázquez?

ERNESTO QUEVEDO: Si, espero que me pregunten cosas que no sepan ya.

AI: ¿Cuánto tiempo llevaban preparando la intervención?

EQ: Nosotros nos limitábamos a colaborar con los agentes del centro que tenían asignada la operación por el juzgado. Sólo estábamos allí por conocer el terreno. Poco más. Colaborábamos en los que nos pedían. Respecto a la intervención concreta de detención me enteré el día anterior, por la mañana.

AI: ¿Lo comentó con alguien?

EQ: No suelo hacerlo, salvo con los compañeros que trabajaban en el asunto. Poco más.

AI: ¿Sabían lo que tenían entre manos?

EQ: Pues claro.

AI: ¿Por qué se frustró la operación de detención?

EQ: Nos avisaron de que un local cercano había habido una refriega con heridos y muertos. Había un policía que podía estar muerto.

AI: Un ex policía, Barroso, compañero suyo de promoción y de más cosas.

EQ: Por muy ex policía que fuera, sigue siendo amigo mío.

AI: ¿Por un simple tiroteo dejaron de llevar a cabo la detención?

EQ: Recibimos instrucciones de que así fuera. El comisario Velázquez nos dijo que se ordenaba desde el centro, y no solemos discutir en esos momentos. De todas maneras, los alicantinos no se enteraron de que nos íbamos y luego fueron detenidos.

AI: Dos semanas después, sin alijo, sin dinero y no todos. Peralta sigue fuera de juego. ¿Qué encontraron en el local ese?

EQ: Varios muertos y heridos, a Barroso con un punzón de hielo en el pecho y vomitando sangre como un surtidor. El local es de Di Pietro y estaba vacío, salvo el personal. Registramos todo y no había nada. Miramos dentro del contrabajo por si se escondía algún enano asesino con un machete.

AI: ¿Cuando habló por última vez con Barroso?

EQ: No lo recuerdo. Usted lo sabrá ya. ¿No?

AI: Habló la noche anterior, durante 20 minutos y solo de fútbol. Estaban muy interesados en una alineación. Pero no sacamos nada ni de esa conversación ni de ninguna otra. ¿Veía con frecuencia a Barroso?

EQ: Éramos compañeros de promoción, e hicimos amistad.

AI: ¿Por qué expulsaron a Barroso?

EQ: Su expulsión fue una farsa. Le acusaron de la muerte de una mujer, de Irina Petrova. Como me lo va a preguntar se lo digo. No era prostituta ni nada parecido. La vi en varias ocasiones, salí con ellos a cenar y de copas y era una mujer muy convencional de la que Barroso estaba enamorado. Tuvo la fatalidad de que la mataran y que la encontraran en la cama de Barroso, dos circunstancias que juntas son llamativas. Pero lo absolvieron. Luego tuvo un expediente disciplinario y le presionaron para que aceptara un trato, y se largara, como tantas veces pasa.

AI: Le absolvieron porque los testigos desaparecieron misteriosamente. ¿No?

EQ: No soy juez ni parte, usted si.

AI: ¿Quien mató a Irina?

EQ: ¿A mí me lo pregunta? Soy policía y conozco lo peor del ser humano para no equivocarme. Por eso investiguen ustedes, si son policías, que lo dudo.

AI: ¿Conoce a Piotr Mijailych, Olga Ivanova y a Korostelian, alias Parménides?

EQ: Al primero y último. Tienen una inmobiliaria en F., en la costa, que trabaja con rusos. Los conocí por Barroso que trabajaba para ellos en asuntos de investigación de solvencia. A la chica no.

AI: ¿Que trato ha tenido con ellos?

EQ: Me limité a comer con ellos en una ocasión aquí.

AI: ¿Korostelian, alias Parménides, venía con frecuencia a esta ciudad?

EQ: No lo sé.

AI: ¿No habló hace tres días antes del tiroteo con él desde su propio teléfono de la oficina?

EQ: No lo recuerdo.

AI: Así fue, lo tenemos registrado todo. Está empeorando todo con sus mentiras. ¿Las pasadas vacaciones en F. no se las pagaron ellos?

EQ: No lo creo.

AI: ¿Y las transferencias que viene de F desde hace un año, no las hacen ellos? No dice nada.

EQ: Pregúnteme cosas que no sepan. Por si no lo sabe le di a Barroso el teléfono personal del jefe de extranjeros de la zona para que les informara sobre la tramitación de permisos de residencia. Nada más.

AI: Lo sabíamos. Estamos con usted desde hace seis meses y no se imagina lo que tenemos. ¿Qué hacía Barroso en ese local?

EQ: Por la música seguro que no. Di Pietro se dedica al menudeo de droga y es confidente. Barroso lo sabe y no tiene sentido que tuviera tratos con él si hacía algo ilegal, porque eso era lo mismo que mandarnos una carta. Di Pietro es un don nadie al que le gusta jugar a Al Capone. Conozco a varios así.

AI: Nos consta que Barroso seguía a una mujer. ¿Quién era?

EQ: Ni idea. El estaba solo, eso se lo aseguro. Tampoco se dedicaba a los divorcios. No tengo ni idea.

AI: ¿Iban los rusos a ese local?

EQ: No lo sé. Miramos dentro del contrabajo y no había vodka


AI: ¿Ha estado en la casa de Barroso en F?

EQ: Si. El pasado verano, como bien sabe.

AI: ¿Quién vivía con él?

EQ: Fiera. Su perra. Un animal, claro.

AI: ¿No vivía con él su hija Ester?

EQ: No he visto a Ester en mi vida. Se lo aseguro. Creo que es una invención de Barroso. Era muy intrigante para su vida, le gustaba el misterio más que nada porque su vida era muy aburrida, como la del resto de los mortales. Se había inventado toda su parentela, desde un padre piloto de caza en la segunda guerra mundial hasta un tío mano derecha de Arafat. ¿He dicho derecha? Ponga izquierda, por favor.

AI: ¿Fotos si le enseñó de ella, no?

EQ: Si eran de su hija no lo sé. Soy mal observador, por eso me hice policía, como usted.

AI: ¿Qué edad tendría la mujer de las fotos?

EQ: Unos 20 años quizás. Le aseguro que me hubiera gustado conocerla. En todas aparecía fumando. Algo extraño si partimos de que Barroso odia el tabaco como buen ex fumador que es. También me enseñó fotos jugando al poker con Sinatra, y no me lo creí, claro.

AI: ¿Sabía que el Juez Colomer pidió el traslado a F después de la absolución de Barroso?

EQ: No, pero no me extraña. No le gustaría ver a Barroso llevando detenidos a declarar a su juzgado. La verdad es que ese juez se columpió y se cayó.

AI: Le digo una confidencia, el juez y usted llevan recibiendo dinero de la misma cuenta de F. desde hace un año por lo menos. ¿Qué me dice?

EQ: Me alegro que nos investiguen juntos. Los fallos que cometan con él me benefician a mi, y ya se sabe que con los jueces hay muchos más errores que con nosotros. Respecto a lo de mi cuenta no respondo, quede claro.

AI: Clarísimo. Dígame, ¿por qué admitió un trato Barroso en su expulsión?

EQ: Dentro lo tenía imposible. No lo quería Velázquez. No me pregunte por qué. Prefiero no decirlo. Pero es así. El lo sabía y siendo listo supo largarse sin armar ruido. Yo haría lo mismo.

AI: ¿Nos ofrece algo?

EQ: Pídanme.

AI: Usted no nos interesa. Está listo desde hace meses y si nos decidimos ahora es por pura coincidencia y por dejadez. Podemos limpiar ahora mucho más y lo vamos a hacer. Sabe que está para irse ya.

EQ: ¿Que quieren?

AI: ¿Qué hacía barroso en ese local?

EQ: Denme un mes y se lo digo.

AI: ¿Por qué no remataron a Barroso?

EQ: Pensarían que se iba a morir y eso pensaba él mismo. Parecía un cerdo por San Martín. Querrían que se desangrara delante de ellos. Creo que no lo esperaban.

AI: ¿Qué buscaba allí?

EQ: ¿Le aseguro que no lo sé. Pregúntele a Irina Petrova.

AI: ¿Dónde?

EQ: Denme tiempo y vía libre.

AI: En 15 días y te jubilas limpio de polvo y paja, pero te largas, nada de privada ni parecido. Te vas a pescar como en las películas. Queremos a Velázquez también.

EQ: Un placer.

AI: ¿Por qué te has hundido en la mierda?

EQ: ¿Eso es una pregunta o una declaración de amor? No me van los tíos. Pero para no gustarle la mierda se desenvuelve muy bien a su alrededor. Simplemente tuve la ocasión.

AI: ¿Sólo eso?

EQ: Siempre es sólo eso.