domingo, 20 de diciembre de 2009

DISPARO




Los cambios de tiempo aún hurgan en la cicatriz de mi herida; el frío intenso que baja de la sierra, el calor sofocante invernado debajo de la polución, los nublos que descollan por encima de los rascacielos de Madrid, repasan la trayectoria abierta de la bala, travestidos de un picor punzante, de uno a otro lado de mi entrepierna. Es otra forma de traer al recuerdo lo sucedido en aquellos días, de que no olvide, por mucha distancia que le haya dado a Cela, la miseria de la condición humana.
"Herida de bala en las partes blandas del muslo derecho, producida por disparo a bocajarro. Orificio de entrada de 7 á 8 milímetros de diámetro redondeado y situado en la cara anterior del masto tercio medio, orificio de salida, cara posterior del muslo anchamente abierto con dos extensos colgajos y por el que asoman fragmentos de músculos. Regularizada la herida con las tijeras se le dieron 15 puntos de sutura. Probablemente la cicatriz será completa al mes." Así decía el parte médico de mi intervención, aunque, como puede verse, no me previno del recuerdo que después de tanto tiempo aún abriría la vieja herida.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Carta de Horacio Buenaventura a Mario Parrado




“Querido Mario,
No sé cómo se inicia una despedida. Acaso tomando conciencia del final de una vida y callando todo aquello que tú ya sabes, aunque nunca me atreví a decirte. Porque hay palabras que suenan mejor cuando no se dicen, cuando se dejan dentro, y no por eso puedo evitar gritarlas ahora que tanto aprieta el sufrimiento que se arrastra detrás cada renuncia, de cada pérdida, como pequeñas batallas en las que se atisba inminente la gran derrota. Así tiene que ser Mario.
Agustín te ha hecho llegar mi maletín, en el que, junto con el libro de Fernández de la Testa y otra mucha documentación, habrás encontrado esta carta. Aún no lo sabes, pero eres tú mi único heredero. Salvando unos dineros que he adscrito a una pensión vitalicia para el bueno de Agustín, que tanto bien ha hecho por este viejo letrado hasta ahora que escribo estas letras, y al que tanto voy a deber a buen seguro en el futuro, porque la fiera que ha mordido en mi pasado ya no va soltar el bocado hasta nublarme el futuro, todo es tuyo. La casa y cuanto se encuentra en ella ahora es de tu propiedad, por lo que puedes disponer de ello a tu antojo, aunque no me cabe duda de que serás un digno sucesor de la familia Bonaplata.
Sólo un ruego encarecido. El mensaje de las piedras de San Cristóbal es imperecedero y así debe seguir siendo. El tiempo ha ido dejando su huella en nuestra maravillosa iglesia. El frío y el calor de la intemperie se han cebado con sus piedras hasta desgastarlas y arrugarlas, como está haciendo ahora con mi memoria, pero la iglesia sigue en pie, en la plaza, erguida y vertiginosa, mágica y enigmática, manteniendo vivo todo aquello para lo que fue levantada, y así deben de mantenerse también los secretos que me fueron legados y, por tanto, no me pertenecen.
Aquel día, en mi despacho, me juraste mantener oculto todo cuanto nos fue revelado, las causas que determinaron los trágicos sucesos que vivimos en Cela. Créeme que tuve mis razones para exigirte tal juramento. Demasiado dolor había a nuestro alrededor para seguir malgastándolo gratuitamente. Ten por seguro que hay penas que se purgan mejor en solitario. Empero, creo llegado el momento de levantarte el juramento que en su día prestaste. Ha llegado la hora de que el secreto de las piedras de Cela vuelva a su lugar de origen, a disposición de quien sea capaz de desvelarlo. Para eso se concibió. Por mi parte, yo ya he dado el primer paso devolviendo el gran vitral a la fachada de la iglesia de San Cristóbal.
Como verás, entre la documentación que te acompaño, vas a encontrar los negativos de las cinco fotos que te he enviado estos meses atrás. Una vez que entiendas su significado destrúyelos. Hay información que sólo debe de residir en nuestra cabeza.
Te entrego también la única referencia válida sobre la historia de nuestra iglesia, el Libro de Anticristo. Aprende de todo lo que el libro de Fernández de la Testa nos enseñó y no temas, recuerda que para los cristianos buenos la muerte no es otra cosa más que el principio. Al final del día la señal de la cruz dirigirá tus pasos a la salvación. Como los demás hemos hecho, déjate guiar por el gigante.
Horacio.
Posdata.- El día que me casé, junto a la casa había crecido un enorme campo de amapolas rojas como el buen carmín. Casualidad o no, fueron cinco las que adornaron nuestro matrimonio, las que disecamos prensadas en un libro, para que nos sirviera de antídoto contra el olvido, para que nos hicieran recordar la belleza de aquel día, el amor que nos prfesábamos. Son tuyas también, para que recuerdes, para que no olvides.”