domingo, 21 de marzo de 2010

La Peña



La Peña.


Detenido en el umbral silencioso de la puerta de su habitación, sin atreverme a entrar, la imaginé con la mirada abandonada en los rieles de la vía, debajo de un cielo encapotado que se derramaba líquido y espeso sobre los campos sedientos de Cela. El tren traqueteando sobre su peso antes de echar a andar, como desperezándose, y el andén vacío y solitario. La noche anterior Marina me preguntó si estaba dispuesto a dejar el pueblo, a Horacio, y marcharme a Madrid, si estaba dispuesto a dejar mi vida. Y yo no pude contestarle.
Oí el coche de Agustín que volvía de la estación; maniobra al aparcar delante de la casa. Entonces eché a correr. Corrí dejando atrás las calles del pueblo, la jara empapada y los pinares reverdecidos, hundiendo mis pisadas en la tierra embarrada, chapoteando en los charcos que se habían formado en el camino, buscando el amparo de La Peña. Desde allí abajo, con las manos apoyadas en los muslos, jadeando, casi extenuado, con el aire haciéndome daño en el pecho, en mitad del talud donde se estrecha la vereda por la que se abandona definitivamente el valle, la estampa de la Peña se remata con una enorme mole de granito que se eleva hacia las alturas como un obelisco recortado en la mañana, que ya clarea al fondo, con la luna aún colgada del cielo. En la memoria de Cela se ha fraguado la creencia que fue un monje de San Cristóbal el que sacrificó su alma, en pugna con el mismísimo diablo, para la salvación del alma de los habitantes del pueblo, y así, como Jesús, ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, antes de que su cuerpo, consumido por el sacrificio, se petrificara en plena imploración para mayor gloria de Dios y su Santa Madre Iglesia. Y leyenda o no, lo cierto es que a ese lugar, a ese concreto sitio de la sierra, yo acudía de cuando en cuando en busca de la tranquilidad necesaria para apaciguar el ánimo. Fue allí donde pude contestar a su pregunta: sí, estaba dispuesto a abandonar mi vida.
El día que ella se fue, a Cela le devolvieron sus nubes.