lunes, 13 de septiembre de 2010

Fragmento de los Misterios de Cela



(...)

Él se encogía de hombros y seguía sonriendo.
Salieron al Paseo de Recoletos y Agustín preguntó si mandaba parar un taxi, aunque Horacio prefirió descansar recorriendo a pie el camino que los separaba del Prado. A pesar de que el día estaba despejado, las sombras se difuminaban por el suelo, emborronadas por el bisel de polución que se arqueaba apoyado encima de los tejados del viejo Madrid. Subieron por el Paseo de Recoletos hasta la Plaza de Cibeles, donde dos policías monumentales se empeñaban, inútilmente, en desatascar el tráfico denso del centro de la villa; huyendo de los estridentes cláxones y los nerviosos motores en ralentí torcieron camino del Paseo del Prado. En apenas un cuarto de hora enfilaron la entrada del museo, por la puerta de Velázquez, dirigiéndose directamente a la sala 67, en la que se encontraba expuesto el cuadro de Francisco de Goya, tal y como le habían informado al pagar el billete en la taquilla. Por una moneda de cien pesetas Horacio tomó prestada un audio-guía con forma de orejeras y se sentó en una bancada dispuesta en medio del corredor, junto a un grupo de japoneses que atendían en silencio las explicaciones de uno de los cicerones orientales de la Fundación de Amigos del Museo del Prado. Sea por el idioma o por lo vehemente de su explicación, al guía se le cerraban los ojos a la par que se le hinchaba la vena del cuello como a un cantante de flamenco en pleno trance.
Horacio leyó la ficha del cuadro antes de presionar el botón que accionaba la audición.
Num. de catálogo.-P00763.
Autor.- Goya y Lucientes, Francisco de.
Título.- Saturno devorando a un hijo.
Cronología.- 1821 – 1823.
Técnica.- Técnica mixta.
Soporte.- Revestimiento mural.
Medidas143 cm x 81,00 cm.
Escuela.-Española.
Tema.- Alegoría.
Procedencia.- Donación barón Émile d'Erlanger, 1881.
“La imagen de Saturno devorando a su hijo llega a extremos de terror. El gigante, con ojos de espanto, aprieta con diabólica saña el guiñapo sanguinolento en que ha convertido el cuerpo humano que come, en lo que es un terrorífico episodio de canibalismo incestuoso…”. Enseguida se descolgó el auricular del oído y miró a Agustín que se distraía emparejando a puntapiés las zapatas de la puerta metálica. Cuando se volvió al cuadro, ante la atenta mirada del dios romano del tiempo envuelta en la negrura de un tétrico claro oscuro, se le vino a la memoria el reloj solar cincelado en la piedra de San Cristóbal, su fatal amenaza: “OMNES FERIVNT, VLTIMA NECAT”.