domingo, 31 de mayo de 2009

El pecado




Hugo entró después de que la esquila de la puerta sonara tres veces, como en su día hizo Olvido, y no encontrar respuesta. Una vez dentro, se estremeció al ver su reflejo solitario en la lámina deformada del espejo de detrás del mostrador, un espejo estrecho y alargado que daba profundidad a la oficina de farmacia. Se miró por encima del hombro y sólo vio el movimiento de su sombra. Fue entonces cuando escuchó aquellos gemidos que procedían del cuarto del fondo.
La luz matizada por los efluvios de los ácidos y los alcoholes se derramaba por debajo de puerta de la rebotica, haciéndose intermitente al compartir espacio con la sombra alargada de Don Lucas Huete, que se apretaba con fuerza contra el cuerpo de Olvido.
Hugo se apostó de rodillas, agazapado, con los ojos mirando a hurtadillas por el cristal esmerilado de la puerta, que destellaba o se apagaba siguiendo el movimiento de la luz pabilosa del interior, y la vio desnuda, entregada, mientras la lengua del farmacéutico recorría sus pechos.
Encabalgó el dedo índice sobre el pulgar y, llevándose la mano a la boca, juró que nunca los perdonaría.

martes, 26 de mayo de 2009

La llamada




Recuerdo un cielo encapotado y el frío colándose por las ventanas de los balcones que daban a la plaza. También el sonido metálico del teléfono rojo y el tacto suave del auricular al pegarse a mi oído.

Aún hoy, después de tanto tiempo, me sigue extrañando que no fuese capaz de reconocer su voz.

martes, 19 de mayo de 2009


Hay una luz oblicua y transparente que se filtra a través del celaje acristalado del riachuelo, por donde discurren mansas las aguas que la primavera derrite de las copas altas de la sierra. Esa es la ley natural, piensa, el constante fluir...
En el fondo, como un recuerdo, se acuna la imagen salpicada de brillos de un dije: el anillo de su boda anudado a una cadena trenzada en oro. Cuando se agacha para tocarlo, con la palma arrugada de su mano extendida desdibujada en el contacto con el agua, nota la caricia del colgante que juguetea entre sus dedos. Zambulle el cuerpo entero y, al mirar hacia arriba, hacia la luz que lo busca entre su pelo que flota nimbado, como las ovas de las albercas, sabe que no tiene otro remedio que buscarla. Y, cerrando los ojos, se deja ir...

domingo, 10 de mayo de 2009

El Gaviero

Con gran parte del camino andado, ahora toca volver. Y regreso adonde están los míos, a mi casa, a mi infancia, a mi pueblo, aunque sea solo para presentároslos.

Un abrazo grande para Los Gavieros.

Pepe
jrparra@lealtadis.es