jueves, 23 de octubre de 2008

El soplo.


"Afuera ensordece un silencio noctámbulo. Amusga los ojos para fijar la mirada a través de los ringleros descompuestos de la persiana enrollada a media altura, y sigue la estela lechosa y desvaída del vuelo de un avión que se pierde por detrás de la aureola de una luna redonda y llena. Se vuelve hacia adentro y mira sus pies desnudos, que se le escapan por las costuras pasadas de las punteras de los calcetines de lana. Sólo es capaz de dimensionar la vida cuando asume extrañado su condición humana, su naturaleza mortal, el abismo al que apunta un camino confundido con los ecos de una obsesión que a estas alturas ya lo martiriza. Hay una luz esquinera que da fondo al claror intermitente de la carta de ajuste. Se levanta a apagar el televisor y piensa: “Una vida no es suficiente, no me va a dar tiempo.” Y entonces le vuelve aquella comezón que sintió por primera vez siendo un niño. Desde la boca del estómago le subió un ardor que le calcinaba los adentros, un aliento amargo que le adormecía el paladar, y se le ató un nudo en la garganta que amagó con ahogarlo. Se arrodilló en una esquina de su cuarto y dio arcadas sin poder si quiera vomitar. En ese momento, nació en él un sentimiento hondo que lo acompañó el resto de su vida: la ira, que se le representó en su imaginación con la imagen fría y espeluznante de una bicha."
El soplo, en construcción

3 comentarios:

Óscar Santos Payán dijo...

Me alegra saber que no te gustan los muros. Y me alegra seguir visitándote. Un abrazo

antiplatonico emboscado dijo...

Biblioteca quemada. KONSTANTINO KAVAFIS. El momento.


Todos los veranos, de forma irremediable leo la poesía de Kavafis. Sus versos me han perseguido luego durante todo el año, y he entendido algunas cosas que me eran esquivas gracias al recuerdo de un verso de este poeta. Sobre todo comprender el momento, ese latido callado que se escapa al golpear en nuestra frente sin dejar rastro. Esculpido en la arena apenas resiste el embate de un segundo, una huella vertiginosa agotada en si misma sin destino ni finalidad. El momento encerrado en un dibujo difuminado, apenas trazado, así el recuerdo el Kavafis, el hallazgo de lo perecedero al volver la mirada en apresurada indagación ocasional que se queda en la retina durante el suspiro que provoca su huida. El exacto momento de la risa al acabarse y que provoca un vuelco de la mirada extrañada del ruido que provoca su inconsistencia.

El momento del amor, también esquivo. El poeta convoca el ansia de persistir en la fugacidad de lo real, el permanecer a pesar del paso del tiempo en el temblor que sigue al abrazo apasionado o la caricia o la sonrisa encarnada en el rostro de un recuerdo. Es obvio que tal pretensión solo pasa por el verso, por la poesía emanada del surtidor inmenso del amor, que aguanta indeleble a pesar del transcurso del tiempo. Y es obvio que lo consigue, pues no es otra la motivación del lector de Kavafis, y, supongo, la voluntad de su autor. La inmersión en la consciencia del momento abre la puerta que nos invita al abrazo con lo peredecero, lejos de las ansias de lo absoluto y la vivencia de la totalidad, pretensión platónica de acabar con lo real. Vértigo de lo cotidiano que ausculta el corazón de la vida, no pasa por grandes poéticas ni aparatos bibliográficos, sino que se engancha en las vicisitudes diarias, pero apreciadas al trasluz de la pérdida de la tara que provoca nuestra condición pequeña y maleable.

Y así, el autor nos lanza sus quejas sobre la pérdida del paganismo y la llegada de un monoteísmo avasallador que irrumpe en el panteón ancestral de los dioses que se mezclaban con los mortales. Y los expulsa para siempre, dejando su culto abandonado e imponiendo una férrea cadena que despoja a los hombres de humana ingenuidad. Surge la culpa ante la vida, el reproche del goce, la prohibición. Una religión al margen de la vida, de los bosques, del manantial imprevisto que encontramos en un distraído paseo. Pérdida irrecuperable del apego a la vida, de la voluntad de vivir solo atenta al retorno eterno de lo mismo que es, no nos engañemos, nuestra vida.

Versos lanzados desde la experiencia, momento verdadero. La catadura de lo vivido convertido en poema, sin más pretensión que ser recuerdo, reiteración de la vivencia que siempre va dejando detrás un halo solo intuido, sospechado, presente pero inaprensible. Lectura irremplazable para mí supone la convicción de que los momentos recordados agotan la existencia, recreada, siempre viva.

El viaje, Itaca, su mejor poema y el más conocido:

Si vas a emprender el viaje hacia Itaca
Pide que tu camino sea largo,
Rico en experiencias, en conocimiento
…Pide que tu camino sea largo
Que numerosas sean las mañanas de verano
En que con placer, felizmente,
Arribes a bahías nunca vistas
Detente en los emporios de fenicia
Y adquiere hermosas mercancías,
Madreperla y coral, ambar y ébano
Perfumes deliciosos y diversos
Cuando puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes,
Visita muchas ciudades de Egipto
Y con avidez aprende de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
Y en tu vejez arribes a la isla
Con cuanto hayas ganado en el camino,
Sin esperar que Itaca te enriquezca.
Itaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no se hubiera emprendido
Mas ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres, no te engañará Itaca
Rico en saber y en vida, como has vuelto
Comprendes ya qué significan las Itacas.

Viaje como excusa, metáfora de una vida sin pronósticos ni mapas, sin planes de lo absoluto, sin personalidades que hay que desarrollar según un supuesto plan que coincide con lo que es cada uno (es mentira lo de conócete a ti mismo, no hay nada que conocer, sino que hacer al albur del azar y la casualidad). Itaca como sueño sin más. La vida al final, una vejez en Itaca, ética pagana, una vida mejor por verdadera.

Lejos, en una calle de Alejandría estará Kavafis sentado tomando café a la vez que codicioso estimará por lo que vale el suave balanceo de un cuerpo. Anotará meticuloso la curiosa composición de un pañuelo vistoso, compondrá un pequeño poema en honor de una mirada joven y altiva. Verá perfiles dignos de ser acuñados en monedas de cobre, atisbará dioses sin culto, abandonados de todos, vacíos sus templos solo atravesados por una brisa templada, amable, pagana y eterna. Pronto vendrá otra vez el verano y, con él, Kavafis.

Salud.

Silvia_D dijo...

Ensordecedor silencio de la noche... quizás es el miedo a la realidad... no es falta de tiempo, es tiempo mal aprovechado :)

Tu relato me produce desazón, tristeza...

Besossssss :)