sábado, 11 de octubre de 2008

EL RELLANO




La madre de Pedro dice que lo mejor de los viajes es prepararlos y, después, acordarse de ellos. Claro, la preparación puede alargarse en el tiempo, el recuerdo puede hacerse mustiamente indeleble, pero el viaje en sí dura sólo lo que dura.

Cuando, no hace demasiado tiempo, me despedían mis padres en el rellano de mi casa de Bailén, bajo la luz intermitente del chivato de la pared que advertía que llegaba el ascensor, los dos estaban agarrados por los antebrazos y mi padre a duras penas aguantaba las lágrimas. Bajar cuatro pisos no da demasiado tiempo para pensar, además, las picaduras del azogue del espejo despistan en exceso, pero las dos horas y pico de coche hasta mi casa de Almería sí que me permitieron darme cuenta de lo que hoy me punza en el ánimo. Despedir a un hijo, como sobrevivirlo, sin duda es lo peor de los viajes.

Se lo tengo que decir a la madre de Pedro, a ver qué opina ella.

Posdata.- La madre de otro amigo, cada vez que se va de viaje deja escrito y lacrado su testamento, repartiendo sus joyas y sus libros. Luego, al volver, lo rompe sin abrirlo. Yo no llegaré a tanto, pero sí que dejo claro que quiero que mis libros se los quede el Antiplatónico, estoy deseando recomponerle la biblioteca que sucumbió al delirio del fuego. De todas formas, que se joda y espere.

Nos vemos.

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