sábado, 19 de septiembre de 2009

Llegada a Cela (fragmento)





.- Llegamos a Cela con una luna redonda y fluorescente colgada de un cielo raso cubierto de estrellas que nos hizo compañía durante el último trecho del camino. Abandonada la carretera nacional, vadeamos ríos secos, ramblas abrasadas por las recias solanas, sembrados de cereales agostados y amarillos, campos de primerizos girasoles en los que despuntaban tibios los tallos, esqueléticas viñas, hasta que el coche enfiló un liño de chopos, con los troncos encalados, que balizaba el acceso al pueblo. Dejando a un lado la marquesina del apeadero del tren, la larga perspectiva de la línea férrea que se perdía tras un recodo, callejeamos entre los modernos y desabridos edificios levantados con las divisas de la inmigración en las bordas del pueblo, estrangulando la ciudad vieja construida por Olavide y Bonaplata, antes de remontar la calle de la Amargura. Con la brisa nocturna, una veleta, con su gallo encrestado, se canteaba a duras penas en lo alto del tejado de la fábrica de gaseosas y hielos a granel La Flor de Cela, emitiendo un gemido vago y herrumbroso. Pasamos de largo por la puerta del despacho, ante la atenta mirada del gigantón San Cristóbal que presidía la fachada, y Agustín aparcó el Dodge negro delante de la casa de Ventura Escalante. En ese momento nos recibió una noche despejada, limpia y silenciosa.
(Sigo con historia de Cela. Ya casi llega a su fin)

1 comentario:

cuadernogaviero dijo...

con el fin del verano vuelven los blogueros