domingo, 31 de mayo de 2009

El pecado




Hugo entró después de que la esquila de la puerta sonara tres veces, como en su día hizo Olvido, y no encontrar respuesta. Una vez dentro, se estremeció al ver su reflejo solitario en la lámina deformada del espejo de detrás del mostrador, un espejo estrecho y alargado que daba profundidad a la oficina de farmacia. Se miró por encima del hombro y sólo vio el movimiento de su sombra. Fue entonces cuando escuchó aquellos gemidos que procedían del cuarto del fondo.
La luz matizada por los efluvios de los ácidos y los alcoholes se derramaba por debajo de puerta de la rebotica, haciéndose intermitente al compartir espacio con la sombra alargada de Don Lucas Huete, que se apretaba con fuerza contra el cuerpo de Olvido.
Hugo se apostó de rodillas, agazapado, con los ojos mirando a hurtadillas por el cristal esmerilado de la puerta, que destellaba o se apagaba siguiendo el movimiento de la luz pabilosa del interior, y la vio desnuda, entregada, mientras la lengua del farmacéutico recorría sus pechos.
Encabalgó el dedo índice sobre el pulgar y, llevándose la mano a la boca, juró que nunca los perdonaría.

1 comentario:

Óscar Santos Payán dijo...

Ya de vuelta te envío un abrazo. Espero verte pronto