
Recuerdo un cielo encapotado y el frío colándose por las ventanas de los balcones que daban a la plaza. También el sonido metálico del teléfono rojo y el tacto suave del auricular al pegarse a mi oído.
Aún hoy, después de tanto tiempo, me sigue extrañando que no fuese capaz de reconocer su voz.
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