martes, 16 de septiembre de 2008

UN MUNDO SIN FIN


Una posible clasificación de los libros novelados podría ser la que distingue entre aquellos cuya terminación entristece, y aquellos otros a los que no se les ve el final. Los primeros se pueden olvidar, pero a los segundos, por regla general, se les abandona.

“Un mundo sin fin”, de Ken Follett, sin duda será un libro vulgarmente comercial, convencional hasta la extenuación, otra cansina novela histórica escrita al gusto del lector raso, cebo de los editores sin entrañas que lanzan sus artes entre el lodo en el que se mueve el gentío, que además abulta en los entrepaños de la librería al sostener sus mil ciento y pico páginas,…; pero ahora que nadie me lee, voy a confesar que lo he leído en apenas dos semanas –lo empecé el día de mi segundo santo, que es el día de mi padre, de mi sobrino, de mis tíos…y lo he terminado hoy- y me ha entristecido acabarlo…

Un abrazo y no dejéis de leer el comentario de Antonio sobre la meditación en la anterior entrada.

2 comentarios:

antiplatonico emboscado dijo...

BIBLIOTECA QUEMADA. VEERMER DE DELFT.

También tenía libros de arte, pocos, y láminas en mi biblioteca quemada. En especial recuerdo las de Veermer de Delft. Si se perdieron algunos libros sobre ese autor, no los extraño, pero sí las láminas de sus cuadros, en especial “Paisaje de Delft” y “Mujer con una carta”. No quedó nada. Su recuerdo sí. Poco aficionado a las artes plásticas, la pintura de ese autor siempre me fascinó aunque no por los motivos por los que viene siendo tan celebrada. Incapacitado para llevar a cabo una lectura histórica, ni estilística de ese autor (ni de cualquiera) sus cuadros me fascinaron como episodios de lo humano captado de forma singular. La abolición del tiempo, su derogación provisional (valga la contradicción) la posposición al menos del momento es el tema de este autor para mí, por encima de toda consideración. El tiempo encapsulado eternamente, el instante conservado. Así Veermer.

Si he de ser sincero la visión de los cuadros de Veermer me retrotrae al inicio de mi propia vida. Mi vida consciente, claro es. De forma irremediable esas pinturas me permiten comprender el recuerdo de determinados momentos de mi vida que han quedado cerrados al paso del tiempo como si se trataran de cuadros de Veermer, siendo el instante el eje central y protagonista de mi recuerdo que abolió la temporalidad encerrando para siempre el acontecimiento. Momento colosal ese, quizás central en al vida de todos, en la mía seguro. No aburriré con los detalles de los hechos en concreto, que expuestos serían considerados como prosaicos ejemplos de la vida de una persona. Su relato no deja de ser un ejercicio de recreación para el que no estoy preparado, dando lugar a una falsificación más (y ya no quiero falsificar más cosas en mi vida).

Veermer nos permite admirarnos en la instrospección, dándonos la posibilidad de que iniciemos una travesía en pos de los momentos de la vida que por cualquier motivo quedaron reflejados en una especial exposición poética. Esos momentos son el material sensible de este pintor, por encima de la excusa, de la anécdota del tema utilizado. La pintura como espoleta de una búsqueda personal, el cuadro como palanca que rompe la secuencia temporal y, dejándonos libres, permite acceder a lugares una vez abandonados para siempre, esos lugares que sin saberlo dejábamos para siempre con la indiferencia que tenemos siempre en los momentos cruciales.

El “Paisaje de Delft” nos muestra una panorámica de la ciudad del pintor. Su contemplación atrapa nuestra percepción y nos remite a los paisajes de nuestra vida, a los más queridos. Por unos momentos somos habitantes de Delft, estamos allí contemplando, como mínimo, el sucederse de las nubes, le transitar de los barcos, el acontecer de nuestros vecinos. El paso de la vida. El impulso de la vida tal y como recordamos haberla visto antes, a lo largo de nuestra vida.

Y “mujer con carta” no arrebata en un momento en la descripción acabada de un acto intrasferible como es la lectura de una carta, la lectura de cualquier caso. Ese episodio que es la contemplación de un texto, la concentración en la percepción de un relato que nos templa, nos aísla y nos remite a otro lugar, de donde viene el texto que nos lanzó una oportunidad irrepetible.

Todo lo anterior, el paisaje, la lectura hay queda como corolario de la vida.

Es claro que no es exclusiva de Veermer tal efecto. Quizás sea virtud del verdadero arte. No lo sé.

En todo caso, la lectura de cualquier obra nos remite a ese cuadro. Por eso no me parece conveniente la clasificación de la literatura con epítetos como comercial o no comercial. El que escribe y el que lee desde su autonomía se separan del tiempo en un eterno ir y venir del texto a la vida, y de la vida al texto. Así se va construyendo una realidad distinta (no diría más rica) pero sí verdadera. Me es igual cómo se califique el texto y recuerdo que Cervantes en la introducción de la segunda parte del Quijote decía que iba por la calle leyendo los papeles que se encontrando, con gran placer. Veermer dejó claro que el acto de leer es único y personal sin que sepamos si la carta que leía esa mujer era de amor o un requerimiento notarial. Disfrutemos de la lectura y dejemos la crítica literaria para Canal Sur.



Salud.

PEPE dijo...

Dilecto Antiplatónico,

Ya le decía el narrador a Abdón que los recuerdos no envejecían, que los malos se anclaban en vaciaderos de memoria (recuerda a Estrella) y los buenos había que retenerlos fusilados en los olores, en los tactos. Abdón se perdía en la luz de la lámpara para concentrarse en su recuerdo, se arrellanaba en el olor de la canela... Qué más da el medio.
Una compañera algo mayor que nosotros -bueno bastante mayor- que ha leido Udrí este verano, me hizo dos apreciaciones, a cual más hermosa: primero me preguntó que si yo pintaba; no entendía que esas descripciones, la narración del movimiento del viento, la descripción de las texturas moldeables de la luz, pudiera hacerlas alguien ajeno a la pintura. Para ella, la literatura -perdón por el atrevimiento- era la que la llevaba a la pintura.
Ah, lo segundo que me dijo es que lloró como una niña, lloró como hacía quince años que no lloraba.