viernes, 24 de abril de 2009

GATO



Escampa cuando la tarde se retira detrás de las alamedas de La Vega, mientras un nublo, en cuyo interior arden los últimos rayos de sol, se descuelga en el cielo como un desgarrón, sumergiendo la ciudad bajo un fondo nocturno en blanco y negro. La caída de la tarde ha vaciado las calles y los pasos del grupo se amplifican en el silencio de la anchura de la avenida, roto, con estridencia, por las rodaduras de un camión cargado con bateas de ladrillos, que resuenan entre la paredes y fachadas de los altos edificios como los gritos aullados de las presas al ser devoradas en las aguileras de un cañón profundo y vertiginoso. Repentinamente, la luna, entelada como un mueble en desuso, se hace hueco en el peralte del cielo huérfano aún de estrellas.
Se deberían de haber dado cuenta de que los llevaban detrás, que desde Plaza Nueva alguien les venía haciendo el camino, pero ajenos a esa compañía, dejaron al padre Damián en la puerta de la facultad antes de enfilar las angostas calles de la Catedral, camino de vuelta al hotel.
El más alto de los dos, un tipo delgado y amarillento, con barba descuidada y gestos afilados, de cuello delgado en el que sobresalía una enorme nuez –como si suyo sólo fuera el pecado de Adán-, y dedos largos, emboquilló un cigarro y le prendió fuego bajo la luz pabilosa de los cirios encendidos que se escapaba flotando de la Iglesia de los Santos Justo y Pastor, en la plaza de la Universidad. Apretó los labios para que una sonrisa se le alargue en el rostro y en el iris de sus ojos azules y desconfiados se reflejó una semilla que se precipitó desde la copa de uno de los castaños de la plaza. El otro, algo más bajo y redondo, con el cuerpo estribado en unas muletas oxidadas, se quedó un paso atrás esperando órdenes, anotándose en la memoria el sonido amplificado de las monedas al caer en el limosnero de la Virgen: "Otro día. Para cuando no tengamos ningún encargo", pensó.

El tullido ya ni siquiera recuerda su nombre de pila y atiende al apodo de Gato. Siempre a la sombra de su compadre Balero desde que su coche se empeñó en salirse en una curva y dar volteretas como si fuera una peonza, ha sido incapaz de protestar ante la orden que le dio Balero esta mañana mientras esperaba en La Cuesta de Abarqueros, por lo que ha acudido a la hora prevista al Puente de Cabrera. Sentado en el pretil, con la pierna muerta colgándole del mango de la muleta, repasando mentalmente el dinero que le tocaba por este trabajo, recuerda las palabras del monje del reformatorio, cuando lo veía devorar con el migajón apretado entre los dedos los platos turbios de la pringue del cocido: "No hay mejor ingrediente para una buena receta que el hambre". Estaba dispuesto para lo que fuera.
Desde aquel día del accidente no se ha separado de Balero. Fueron muchas las costuras que hubo que darle a su maltrecho cuerpo, continuas las idas y venidas de la beneficencia al hospital, del hospital a la cárcel, y demasiado el tiempo que tuvo que esperar hasta que sus extremidades se pusieron en funcionamiento, todas menos la pierna izquierda que desde entonces le quedó colgando del cuerpo. "Por lo menos no me la cortaron"- y así se consuela cuando la ve moverse encima de la muleta.
Gato no recuerda más orilla que su compadre Balero. Cuando estaba enjaulado en aquel amasijo de hierros y esquirlas de cristal, fue la mano de Balero, milagrosamente ilesa del accidente, la que le acarició la frente:"Estate tranquilo compadre, tú tranquilo, que esta la contamos". No hizo aprecio de las palabras de Balero, que sonaban huecas en aquel silencio atronador, en aquel tiempo detenido, rodeado de ruina y desolación. Sólo notó aquella mano recorriendo su frente y pensó que desde niño no había recibido más caricia que aquella de su compadre. Los dos en el reformatorio, los dos robando aquel coche, los dos penando en aquella cárcel sucia y fría de Granada..., siempre los dos. Sí, esa era su familia, Balero era su única familia. Así que si tiene que descerrajarle la cabeza al cura, pues se la descerraja y punto.

1 comentario:

cuadernogaviero dijo...

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